Por Sergio Pujol

Un par de hora atrás, la noticia de la muerte de María Elena Walsh asaltó las redacciones y los sitios de Internet. Mientras tanto, acaso sin saber de este ni de ningún otro parte de último momento, una larga fila de personas estaba esperando para entrar al Malba, a ver la notable muestra retrospectiva de Marta Minujin. 

Diferentes en muchos aspectos, ambas artistas marcaron a fuego a la cultura argentina de los años 60, ese espejo histórico sobre cuya superficie aun seguimos buscando nuestra mejor imagen. ¿Cómo no observar que una jugarreta del azar ha vuelto a convertir a la Walsh y a la Menujin en noticias de último momento? ¿Y cómo resistir la tentación de compararlas, o al menos relocalizarlas como vecinas en el terreno de la imaginación artística, allí donde brillaron con una luz que llega vigorosa hasta la infancia y la juventud del siglo XXI? 

Irreverentes hasta explotar de humor, inconformistas, empapadas de cultura popular – pop y popular, todo a la vez –, radicalmente innovadoras: imposible reconstruir los años 60 sin María Elena Walsh y Marta Minujin. Sin poner el foco sobre “La menesunda” y “Manuelita la tortuga”; “El Batacazo” y “Los ejecutivos”, “El Obelisco acostado” y “La Cigarra”. Sin reparar en la energía y el desempaque con el que estas mujeres siguieron creando más allá de sus respectivas juventudes, sin cargar con la muy argentina mochila de la nostalgia, para ser así fieles al espíritu de los años 60, justamente.

En lo que respecta a la Walsh – diez años mayor que Menujin -, vale recordar que antes de los 60 ya era una figura interesante de la vié litteraire porteña. Poeta precoz, recopiladora e intérprete junto a Leda Vadallares del folclore del NOA argentino y del romancero español, discípula contrariada del díscolo Juan Ramón Jiménez: a los 32 años de edad, después de una vida con la que más de uno se hubiera labrado una leyenda tempranera, María Elena grabó Canciones para mirar, el primero de una serie de discos increíbles. 

A veces nos olvidamos que la juglaresa – así le gustaba definirse – registró 11 LPs, incluyendo dos con cuentos relatados. ¡11 Lps que contienen algunas de las mejores canciones argentinas de todos los tiempos!  Es una cantidad de discos – decenas de canciones – impresionante; más aun, si tenemos en cuenta que ella dejó de cantar hace muchos años, y que su obra literaria es tan abultada, y quizá tan laureada, como la musical. Afortunadamente, esa colección acaba de ser reeditada en CDs, en  ediciones cuidadas.

Desde luego, no todas esas canciones son clásicos populares. Pero varias lo son. Del ciclo “infantil” – rubro que ella prácticamente inventó, tanto en la Argentina como en el mundo – destacan “Canción de la vacuna”, “La vaca estudiosa”, “Canción de bañar la luna”, “Twist del mono liso”, “El reino del revés”  y la inefable “Manuelita la tortuga”. Más tarde, de su etapa de  café concert y repertorio “adulto”, sobresalieron “Los ejecutivos”, “Como  la cigarra”, “Barco quieto”, “El valle y el volcán” (en colaboración con Jairo), “El 45”, “El viejo varieté”,  “Orquesta de señoritas” y “Serenata para la tierra de uno”.

De calidad pareja entre letra y música, estas canciones, así como otras menos conocidas, supieron dibujar una zona nueva en la música popular argentina. Saltando de un estilo a otro, jugando con ritmos y especies de distintas partes del continente, la juglaresa elaboró un cancionero que, partiendo de la sencillez sentenciosa de las coplas antiguas, no tuvo empaque en unir lo viejo con lo nuevo, lo tradicional con lo moderno, Europa con América. ¿Un rasgo más de los años 60? No, un rasgo de María Elena Walsh, nuestra voz más lúcida de los 60.

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