Por Sergio Pujol

Es arduo – tal vez imposibleencontrar alguna entrevista al bajista, compositor y director Michael League en la que no aclare que su exitosísima creación Snarky Puppy es, en realidad, una banda independiente. Aun distribuidos por Universal y bendecidos por el mainstream crítico, el ensamble más cachondo del jazz contemporáneo, que llegó a Buenos Aires para presentar su nuevo disco Culcha Vulcha y algunos de sus hits de los últimos años, como “Lingus”, ha grabado buena parte de su discografía en Ground AP. Así es, tiene razón League: la banda más aclamada del momento es independiente. Su historia de grupo universitario texano que en 2002 probó suerte en la Gran Manzana se ha viralizado al punto de devenir en una de las narrativas más atractivas del mundo del jazz. Es sabido que las fábulas de emigraciones internas son consustanciales al género, pero en este caso la acción de tomar por asalto la capital mundial del jazz sin dejar de sonreír tiene un atractivo irresistible.

Este eufórico ensamble de 10 músicos, que por momentos parece un Weather Report hipertrofiado, confronta abiertamente con el estirado ambiente del jazz en modo hard-bop y con el experimentalismo de pulso cambiante. Quizá ahí resida su mayor capital: un espíritu prosaico que sube a los escenario (el miércoles pasado, al del Luna Park) con cartel de jazz e impronta desafiantemente ecléctica, incluso con toques retro que no se agotan en los duetos de sintetizadores y una masa rítmica (un baterista y dos percusionistas) que pondría feliz al primer Santana. La música de Snarky Puppy combina raciones más calculadas de que lo que a simple vista parece de soul-jazz, rock-jazz de los tiempos de Blood, Sweat and Tears y un latinismo sublimado, sólo posible en gente que escuchó más a Chick Corea que a Chano Pozo. También se atreven con ritmos brasileños pre-bossa (el efecto scola do samba electrificada no les sale nada mal) y unos aires orientales de dudosa localización. Pero, finalmente, la rítmica del funk, con sus teclados en contratiempos, su batería musculosa y una escueta brass que economiza sus entradas como coro griego, se impone por sobre los demás componentes. El declamado multiculturalismo de la banda termina siendo encauzado por su sonoridad compacta, su sólida factura rítmica y su apelación a frases y motivos en ostinato que, en ocasiones, devienen en cantos de tribuna. ECM jamás los contrataría.

A propósito: ¿un recital de jazz con gente haciendo pogo? ¿Una taquilla principalmente engrosada con sector “campo”? Y en tal caso, ¿qué tiene de jazz Snarky Puppy? Bueno, tiene el ritual de los solos consecutivos – muy buenos el trompetista y tecladista Justin Stanton y el saxofonista tenor Chris Bullock -, el carácter esencialmente instrumental de la música (aunque en el disco Family Dinner desfilaron acreditados cantantes de soul y rock, entre ellos el simpático David Crosby) y la enfatización del beat en función de una idea de la música como forma de la felicidad. En esa búsqueda plebeya, que sale a cuestionar el canon del jazz como género de concierto, Snarky Puppy parece querer unir la era del Swing con el legado de James Brown. Es una buena idea, reconozcámoslo. Y también reconozcamos que la prescindencia de la tradición del bebop y sus epígonos – tradiciones selectivas, como manda el siglo XXI – también expresa, en el discurso musical, la independencia que orgullosamente remarca League en su discurso verbal.

Snarky Puppy en el Luna Park. Miércoles 9 de marzo de 2016.

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