Por Sergio Pujol

Se ubica con su violonchelo en  medio del escenario, escoltado por la guitarra de Lula Galvão y la batería de Rafael Barata. Obviamente, busca plantarse en el predio de la voz, para una música que él concibe como intensamente cantábile pero, al mismo tiempo, liberada del protagonismo de los cantantes. He ahí un primer pronunciamiento estético, un punto de tensión básico en una música que, tras su efecto de gratificación asegurada (¿a quién no le agrada un repertorio de sambas canónicos y modernos interpretado con virtuosismo y sin estridencias?), reclama una escucha atentísima a los detalles. El otro punto interesante  tiene que ver con la relación entre lo clásico y lo popular, esta vez mediada por el violonchelo. Sabemos, al menos desde “Eleanor Rigby”, que no se trata de una oposición binaria, pero tampoco cabe minimizar diferencias tras el tonto – e indemostrable – axioma “la música es una sola”, o peor aún: “sólo existe la buena música”.

Morelenbaum, que en las entrevistas brindadas días antes de su última presentación  en Buenos Aires aseguró no practicar con las suites de Bach ni sentirse parte del mundo “clásico”, es el artífice de una conversión instrumental notable. Podría incluso hablarse, a partir de sus aclamados trabajos con Jobim y Caetano, del año cero del cello en la música popular. Su “canto” de líneas largas o de vivaz pizzicato no nace del contrabajo jazzístico ni de la aplicación de Pau Casals al modo “popular”, aunque desde luego los incluye. Tan dinámico es su toque, tan rica su paleta de timbres, tan firme su identidad rítmica y, obviamente, tan profundo su canto (sus tonos graves son únicos), que uno podría imaginar, con algunas copas de más, que en realidad el violonchelo fue robado al Brasil por la predadora Europa.

Tanto Lula Galvão como Rafael Barata – “estos tipos tocaron con todo el mundo”, se oyó decir en el enorme foyer de la Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner – funcionan de maravillas en un proyecto de remoción lírica del samba por medio del desarrollo jazzístico. Por momentos la secuencia tema-solo sonó un poquitín gastada, pero la dignidad de un buen arreglo (especialmente para los finales, siempre ingeniosos) y el encantador juego de texturas renovaron expectativas a lo largo de la hora y media que duró el concierto. Nos fuimos con varias músicas en la cabeza, de “Eu vim da Bahía” de Gil a “Salvador” de Gismonti; del genial “Radamés y Pelé” de Jobim al sentimental  “Vocé e eu” de Carlos Lyra y Vinicius de Moraes. Y sobre todas ellas, “Retrato em branco e preto” de Jobim y Buarque, que Morelenbaum presentó en una larga cadenza acaso autobiográfica, como si en unos segundos de magistral arco sobre cuerdas el solista quemara las naves de la música clásica para quedarse definitivamente en su adorado Brasil.

Jaques Morelenbaum CelloSam3aTrío. Sala Sinfónica del CCK, Ciclo “Verde Amarelo”,10 de Julio 2016.

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