Viva Jujuy, de Arturo Puertas

Sergio Pujol

En una primera audición, el nuevo disco del contrabajista argentino Arturo Puertas puede ser ubicado en el estante del jazz latino, siempre que tomemos el genérico con alguna amplitud. ¿Puede un disco sin tumbados de piano, sin congas ni bongós adicionados a la batería, sin “Noche en Túnez” revisitada, ser considerado una pieza en el dilatado rompecabezas del jazz latino? La verdad es que sí, puede. Un poco en la línea de un “latino” heterodoxo como Leandro “Gato” Barbieri, Viva Jujuy arranca con el bailecito homónimo de Rafael Rossi que tantas veces tarareamos en viaje por la Puna o simplemente evocando a la distancia una geografía que parecía existir en función de un repertorio, y no al revés.

Sin embargo, ya en su segundo track, “El hombre fuerte”, mientras aún resuena en nuestros oídos la pentatónica de los cerros pintarrajeados de mi quebrada, el disco enfila hacia otra dirección, acaso más próxima al hard bop domiciliado en los clubes del Village. Es como si Puertas necesitara anunciar su país de origen de modo inconfundible, para luego mezclarse entre la población del jazz internacional. “Sucede que unos días antes de viajar a Nueva York, donde grabamos el disco, había muerto el Gato y pensé en hacer algo así”, explica Puertas. “Me acordé de «Juana Azurduy» y así salió el arreglo de «Viva Jujuy». Podría decirse que entre otras cosas es mi pequeño homenaje al Gato. También me entusiasmó la idea de grabar en NYC con músicos de allá música argentina, como para derribar etiquetas con respecto a lo que hago.”

He aquí un disco testigo de las nuevas maneras de hacer conexión jazzística.  Puertas no es el primer argentino que decide armar una banda de estudio con músicos norteamericanos, grabar en la Gran Manzana y volver para contarlo. Ya en 1978, Jorge López Ruiz (coincidentemente, otro contrabajista) había grabado Encuentro en Nueva York, con una plantilla de grandes instrumentistas estadounidenses. Pero en aquel tiempo Nueva York era la Meca del jazz; hoy la ciudad funciona más como un lugar legendario, sin duda atrayente por su acelerada actividad musical, pero difícilmente como centro legitimador de la excelencia jazzística. O al menos no tanto como en otros tiempos… Sobre una línea de diálogo abierta por Guillermo Klein, Pablo Aslan, Diego Urcola y otros emigrados, la relación Nueva York-Buenos Aires es hoy tan natural como el hábito de comunicarnos a través de las redes sociales.

En ese sentido, puede resultar un dato simpático el hecho de que Puertas haya pre-producido su disco a través de Facebook, pero el mismo no califica como excéntrico. “Me conecté con el pianista Aaron Goldberg via Facebook porque sabía que él solía armar este tipo de emprendimientos, es decir armar un grupo para grabar”, reconstruye Puertas. “Pocos días antes de viajar, cuando ya pensaba que finalmente no grabaríamos, Aaron me contestó positivamente. Me preguntó qué músicos tenía en mente y el primero que le nombré fue el saxofonista Miguel Zenón, al que había visto el año anterior tocando con el SF Jazz Collective. Así que pudo conseguirlo pero nada más que para una sesión, por lo que me propuso que grabara cuatro temas con él y que llamáramos al saxo tenor John Ellis para hacer el resto de los temas, más algunos tracks en trío solamente. Otro de los músicos que le propuse fue el baterista Adam Cruz, que al ser muy amigo de Aaron aceptó sin problemas.”

Obviamente, nada de esto habría sucedido si Arturo Puertas no portara una foja de antecedentes musicales brillante. En relación a su instrumento, Arturo pertenece a una generación intermedia. Digamos: la que se ubica entre los solitarios de los años 60 y 70, cuando el contrabajo escaseaba en el jazz del sur, y la miríada de intérpretes – muchos de ellos también compositores – de este último tiempo. Esto lo dotó una enorme experiencia, en los más diversos formatos, incluso en el contexto de la orquesta sinfónica, allí donde el grandote de gruesas cuerdas sólo se deja tocar con un  arco. Con sus líneas vigorosas y armónicamente sutiles, dueño de un sonido de gran prestancia, Puertas tocó y grabó “con todo el mundo”, como habitualmente decimos de un músico profesional muy solicitado, pero casi siempre en compañías admiradas y admirables: Alberto Favero, Santiago Giacobbe, Carlos Franzetti, Jorge Navarro, Rubén “Baby” López Furst, Ricardo Lew, Gustavo Bergalli, Horacio Larumbe y, de Adrián Iaies y Pepi Taveira para acá, buena parte del mejor jazz de última generación. También se desempeñó como acompañante de luminarias yanquis y europeas, claro que sí. Pero quizá lo más relevante sean su propios discos, allí donde ha podido dar rienda suelta a su gusto más personal. Después de todo, el jazz, quizá más que otras músicas, se mide a escala gustativa, liberada de mandatos y otros apremios. La serie se inició con Siete puertas (2008), siguió con Afropuertas (2013) y ahora logra su graduación en las ligas mayores con Viva Jujuy.

Grabado en apenas dos días de mayo de 2016 en los estudios Acustic Recordings de Brooklyn y luego mezclado en Buenos Aires por Hernán Jacinto, el disco desarrolla un programa de 10 temas y un bis – versión reducida de “Tour de forcé”. Se  trata de un programa equilibrado – variedad de tempi, tonalidades y dinámicas, con homenajes a Charlie Haden y Keith Jarrett incluidos – pero siempre centrado en el cuarteto de genealogía coltraneana y enfoque tangencialmente “latino”. La única alteración instrumental es el cambio de registro del saxo (el alto de Zenon por el tenor de Ellis). La intensidad de la ejecución es algo que resalta desde el primer compás y que, notablemente, los músicos logran mantener en alto hasta la cadencia final del disco. Desde luego, no escasean los solos brillantes, especialmente los del aclamado Miguel Zenón (¡dos tapas de la revista down beat en el último lustro!) y Aaron Golberg. Saxo y piano arden en los cuatro temas que comparten, pero sobre todo en “El hombre fuerte” (un poderoso juego modal sobre ritmo ternario) y en el grácil “Tour de forcé” de Dizzy Gillespie, especie de fundador del bebop en clave afrocubana.

“La intensidad tal vez sea consecuencia de lo tremendamente musicales que son Aaron, Adam, Miguel y John”, advierte Puertas. “Ellos tienen muy claro qué es lo que hay que hacer cuando hacen un solo o cuando acompañan. No tuve que decirles nada. Con respecto a las composiciones son bastante simples siempre en el formato canción, un poco a contramano de lo que se está haciendo ahora, pero yo creo en eso”. Esta última afirmación – “yo creo en eso”- revela un debate interno en el mundo del jazz. Debate amable, pero debate al fin. Es el que contrasta a quienes apuestan a una búsqueda de intención más experimental, inspirada en la convergencia de diferentes gramáticas musicales, y los que adhieren a la continuidad del jazz moderno entendido como un arte con raíz afroamericana a la vista. A lo largo de sus discos solista, Puertas nos sugiere que su corazón está del lado de los grandes legados del género. Pero al mismo tiempo, su deseo de tocar lo que compone lo aleja un poco del catecismo de los standards.

Confiesa que compone directamente en el papel y la computadora, con un uso mínimo del piano para resolver alguna cuestión armónica. Sus partituras son guías abiertas a la creatividad de aquellos que las tengan en sus atriles, toda vez que las fichas están puestas en “lo que surja mientras tocamos”. Es la gran tradición del jazz como música siempre en  proceso, que fluye en permanente tensión con la idea de composición. “Por supuesto, algo hablamos previamente, y de hecho hubo algunas modificaciones aportadas por ellos. También hubo modificaciones cuando ensayamos este material en Buenos Aires con Oscar Giunta, Hernán Jacinto y Gabriel Santecchia”. Y remata Puertas, como si buscara sintetizar el sentido de sociabilidad planetaria de la música que ama: “Para mí todos los aportes son bienvenidos, vengan de Nueva York o de Buenos Aires. Todos son super músicos que tienen el gran gesto de mejorar lo que escribo.”

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