Por Sergio Pujol

Instrumentista, arreglador y director de formación clásica, desde muy chico Jaques Morelenbaum eligió el violonchelo como su arma espiritual cargada de futuro. Pasando de Bach a Pau Casals, hizo un largo viaje a la música de cámara con lenguaje popular, primero en el cuarteto de Antonio Carlos Jobim y luego en numerosas colaboraciones con Caetano Veloso. Ahora, con el CelloSam3aTrio y la voz de su esposa, la cantante Paula Morelenbaum, Jaques se presenta en Buenos Aires para seguir difundiendo el proyecto que más lo entusiasma: una catarata de cuatro veladas intensas con la música de Jobim y sus letristas, de Vinicius y Chico Buarque a Newton Mendonca y Dolores Duran.

En un capítulo de su libro Nada Brahma (en sánscrito, “Dios es sonido”), el crítico  alemán Joachim Berendt compara al chelista Pau Casals con los grandes saxofonistas tenores del jazz. El punto de aquella analogía es la intensidad del sonido, que en ambos casos nace del centro del cuerpo humano. A través de una columna de aire directa, ese sonido  emerge con una fuerza especial. En el caso de los saxofonistas, el centro es bien físico: el vientre de la respiración profunda; para los chelistas, en cambio, se trata de una columna “espiritual”. Cuando Casals interpretaba la suite en mi menor de Bach, la sonoridad de su chelo producía una emoción profunda y continua, en cierto modo preexistente a cualquier lenguaje musical. En otras palabras, un tono solo en el arco de Casals (un sound, dicen los saxofonistas de jazz) bastaba para abrir las puertas de otra dimensión.

El notable violonchelista brasileño Jaques Morelenbaum conoce perfectamente la magia de Casals, la perfección de Bach y las cualidades del instrumento que eligió estudiar en el despertar de su adolescencia. Fue una tarde de 1968. Su padre conducía un Morris 1951 por las calles de Río de Janeiro; a su lado, el muchacho de 14 años lo abrumaba con el tipo de duda que suele asaltar en cierto momento de la vida. Estudiante de piano desde los seis años, formado dentro de los cánones de la tradición europea, Jaques quería dejar atrás el “piano básico” e integrar las filas de alguna orquesta sinfónica. Su padre era músico. Había empezado con el violín, y después de algunas migraciones –fue chelista y director de coro– había terminado dirigiendo la Orquesta del Teatro Municipal de Río. Nada mal. Pero aun así lamentaba no haber tenido educación de pianista; por eso había insistido en que sus hijos estudiaran piano todo el tiempo que fuera necesario. Para Jaques, ese tiempo ya había caducado.

El joven y su padre hablaban de instrumentos y vocaciones, cuando de pronto apareció la imagen de un oboe. ¿Por qué no? Era una buena opción. El padre captó rápidamente el interés del hijo y sin dejar el volante se lanzó a una instrucción sintética: tesitura, sonoridad, función en la orquesta. De pronto, mientras cruzaban un paisaje que claramente contrastaba con el imaginario europeo, el joven dijo preferir las cuerdas frotadas a las maderas sopladas. Y así ganó el violonchelo. El instrumento de Casals y Rostropovich. Un instrumento profundo y versátil, que puede hacer las partes de un bajo o llevar la melodía con autoridad. Un instrumento de registro casi humano, cantarín, elocuente, que remonta su sonido por una columna de aire “espiritual”.

A pocos días de una nueva presentación en Buenos Aires con la formación CelloSam 3aTrío (Lula Galvao en guitarra, Rafael Barata en batería y JM en chelo), más su esposa, la sutil cantante Paula Morelenbaum, el ex arreglador de Caetano Veloso y figura clave en el desarrollo de la música instrumental del Brasil de las últimas décadas, responde preguntas desde su casa en Río de Janeiro.

De Bach a Jobim

Jaques nació en una familia de músicos con raíces en la Europa del Este. Su padre Henrique llegó de Polonia a los 3 años de edad. Sus abuelos maternos se conocieron en Brasil, pero ambos venían de Rusia y la Besarabia (Rumanía). La “más brasileña” de aquella familia inmigrante fue su madre Sarah, nacida en Vitória, Espíritu Santo. En ese contexto, la música popular nativa no parecía tener mucha cabida en el horizonte de Jaques. “Antes de comprar mi primer disco LP, la única música no erudita o clásica que entraba a la casa de mis padres era la que escuchaba en una radio a pilas de D. Iraci una señora que cocinaba y lavaba ropa en mi casa”, recuerda sin nostalgia. “Mi padre no frecuentaba mucho las calles brasileñas; vivía restringido a guetos culturales: escuela, club, escuela de música, sinagoga. Por lo tanto, tuve un contacto razonablemente limitado con la gigantesca diversidad cultural de un país como Brasil. Con mis hermanos Lucía y Eduardo fuimos la primera generación de brasileños de la familia, y desde siempre sentimos la necesidad de entendernos como artistas brasileños.

Supongo que hubo alguna tensión entre esos dos mundos, el clásico y el popular, en una etapa formativa de tu vida. Tensión de clase, podría decirse.

–Siempre quise comprender mi identidad musical a partir de la música de mi país, por más que mi formación fuera académica. Digamos que direccioné la mayor parte de mis intereses del campo musical por una vía creativa que me condujo al mundo popular. Al mismo tiempo, el mundo clásico resultaba encantador: sus coreografías, sus sinfonías, sus suntuosas sonatas, su lirismo, sus trajes y corbatas, sus vestidos largos, sus joyas y maquillajes en teatros sin duda lujosos. Aquellas bailarinas que contemplaba en los ballets seguían bailando en mis sueños de la noche siguiente.

El hombre que introdujo con decisión el violonchelo en la música popular de Brasil profundizó sus estudios musicales en el New England Conservatory de Nueva York, donde  fue alumno de Madaleine Foley, chelista que a su vez había llegado a tomar lecciones con Pau Casals. Indudablemente, las tradiciones instrumentales tienen sus propias series, un poco al margen de los contextos y las fronteras. Sin embargo, para el joven Jaques, contextos y fronteras sí importaban: a su criterio, la genealogía del instrumento y su técnica poco valen si no dialogan con las matrices locales. Volver a Brasil para aplicar sus conocimientos de contrapunto, fuga, armonía, composición y violonchelo a la música popular devino entonces una meta impostergable.

Finalmente, pensó Jaques, Brasil produjo a Heitor Villa-Lobos, genial síntesis de la variedad cultural a la que sus padres no habían prestado demasiada atención. Después de integrar el grupo A Barca do Sol, Jaques fue convocado por Nova Banda, el último ensamble del legendario Antonio Carlos Jobim. A lo largo de 10 años y 5 álbumes –especialmente el último y premiado con un Grammy Antonio Brasileiro–, la experiencia junto al autor de “Insensatez”, “As praías desertas” ó “Fotografía” no sólo refinó la relación de Jaques con el lenguaje rítmico y armónico de la bossa nova sino que lo graduó tácitamente como experto en la obra de Jobim. Obviamente, la influencia de este último en la música brasileña ha sido inconmensurable, pero el modo Morelenbaum de interpretar ese legado es único. La fluidez de su arco alcanza grados de lirismo muy altos, al mismo tiempo que desarrolla líneas improvisadas que hacen de una música mayoritariamente concebida como canción una experiencia instrumental exquisita.

Junto a su mujer Paula, también fogueada en las filas de Jobim, Jaques formó en 1995 el Cuarteto Jobim, que completaron los hijos del compositor Paulo y Daniel. Pero quizá el punto más alto en la interpretación de aquel corpus se produjo en 2002, cuando con el pianista japonés Ryuichi Sakamoto, los Morelenbaum grabaron Casa, luego seguido por A day in New York. Tocado en la que fuera vivienda carioca de Jobim, Casa fue una suerte de viaje a la música de cámara con lenguaje “popular”. Sus tintes jazzísticos y sus rearmonizaciones impresionistas de canciones tan perfectas como “Cancao en modo menor”, “Vivo sonhando”, “Sabiá”, “Chasonpour Michelle” y “Fotografia”, entre otras, convirtieron al disco en un agente importante en la revalorización de la bossa nova en siglo XXI.

¿Puede decirse que el concierto que pronto ofrecerás en Argentina se inscribe en esa línea interpretativa que empezó con el Cuarteto Jobim, siguió con el álbum Casa y ahora se expresa en CelloSam3aTrio?

–En realidad, la escuela de ese repertorio tal como lo estamos tocando ahora es bastante reciente. Con Paula y el trío estamos lanzando un álbum grabado en vivo en el Festival de Jazz de Padua, un festival tradicional y longevo, que nos solicitó este homenaje al gran maestro. En aquella ocasión se sumaron los grandes músicos del festival que tocaban algún tema de Jobim en sus presentaciones. Estamos hablando ya no sólo del mayor compositor brasileño, sino de uno de los músicos más influyentes de la historia de la música universal. Paula y yo tuvimos el privilegio de convivir cotidianamente con él. Nuestra relación artística duró 10 años: desde diciembre de 1984 hasta 1994. El último concierto de Jobim fue en Jerusalén un 18 de mayo. Lo recuerdo bien: ese día yo cumplía 40 primaveras.

Muchos en la Argentina te conocimos a partir del arreglo que hiciste del tango “Mano a mano” para Caetano Veloso. Ahí el chelo dialoga libremente con la voz, a solas, como los dos personajes del tango. Más tarde hiciste algo similar en “Manhattan”, del disco A Foreign sound.¿Cómo nació la idea del dueto chelo-voz?

–Yo venía trabajando con Jobim, y también con Egberto Gismonti. En 1992 me convocó Caetano para el lanzamiento de Circulaô. Me alegró no sólo porque era mi posibilidad de trabajar con un mito de la MPB, sino también porque, a diferencia de mis colaboraciones anteriores, ahora tenía la oportunidad de estar junto a un creador muy talentoso en el arte de las palabras. En el caso de “Mano a mano”, que yo conocía de pasada, creo que Caetano previó desde un tiempo antes que las articulaciones ásperas y románticas del violonchelo eran comunes al espíritu cuasi épico del tango, cuya sonoridad está siempre ornamentada por el fraseo de instrumentos de cuerdas friccionadas, como el violín, el chelo, la viola y el contrabajo. “Mano a mano” responde a una estructura y una forma muy naturales, inherentes a las canciones verdaderamente populares. Tiene acordes conocidos y consonantes; su encanto está en la forma inteligente y armónica con la que esos elementos se han reunido. Cuando Caetano me hizo escuchar el disco de Gardel, me di cuenta de que, en cierto modo, esa sería la base de todo el espectáculo Circuladô: poco arreglo, y más presencia del chelo junto a Caetano; así la canción iría tomando su forma definitiva. Más allá de algunos elementos de arreglo considerados especiales o imprescindibles, la verdad es que con Caetano nunca tocamos “Mano a mano” de la mismas manera. Cada día era diferente. Asimismo, no hubo canción de aquel show que sonara dos veces de la misma forma.

Fina estampa

La colaboración de Jaques con Caetano se extendió a lo largo de doce discos y un sinnúmero de presentaciones que, a diferencia del estilo más rocker y minimalista de los últimos años del bahiano, a menudo cobraron forma de superproducción. En esa línea, el primer gran emprendimiento fue Fina Estampa, un exitosísimo recorrido por la canción popular iberoamericana que, partiendo de “Contigo en la distancia”, “Rumba azul”, “María bonita”, “Capullito de alelí” y “Un vestido y un amor”, entre otras grandes melodías “en español”, tuvo un efecto multiplicador muy notable. La locura por Caetano –esa ampliación geométrica de su público, esa expectativa contagiosa ante cada nueva presentación a la que uno asiste a ciegas, convencido de que la desilusión no figurará en el menú de opciones de la noche– es  básicamente un fenómeno de la década de los 90 que terminó de convertirlo en un icono continental, políglota. Y allí estuvo, en su triple condición de instrumentista, arreglador y director, el bueno de Jaques. “Por más que no se considere a sí mismo tan musical como Gilberto Gil, Caetano es un oyente incomparable, con una percepción muy clara del espectro musical”, se entusiasma Morelenbaum al hablar de su amigo célebre. “Él es un autodidacta, dueño de un talento específico y con esa gran capacidad de  discernimiento que debe tener un gran artista. ¡Y él es un gran artista!”

Tampoco Caetano ha sido económico a la hora de ponderar a su principal colaborador, al que confió la coproducción de su etapa más expansiva y globalizada. Por ejemplo, en un tramo de su libro El mundo es chato, y en referencia al punto de inflexión que en 1994 significó Fina Estampa, Caetano se explaya: “La seriedad, la competencia, el cariño y la carga de emoción que él colocó en los arreglos de mis canciones dicen más sobre el empeño de dignificación de la postura cultural latinoamericana de lo que millones de palabras o actos políticos”.

Si bien han sido muchos los arregladores destinados a jugar un papel activo en las carreras de grandes solistas de la música popular, la sociedad Veloso-Morelenbaum ha tenido la particularidad de la intimidad instrumental, amén de las coincidencias estéticas y políticas. Antes que un profesional ad hoc que intenta embellecer lo que le dan, Jaques introdujo en las canciones de Caetano la conmovedora voz de su instrumento, y, desde allí, la invención de un modo brasileño de arreglar y dirigir una orquesta.

Por cierto, Jaques recuerda con afecto todas sus labores de parceiro, pero el trío con el que nos visitó en 2016 y con el que en pocos días volverá quizá sea el proyecto que más motivado lo ha tenido en muchos años. Es lógico, esta es su música en un sentido más libre. En realidad, es música escrita por Jobim y sus varios letristas, de Vinicius a Chico Buarque, de Newton Mendonca a Dolores Duran. Pero para Jaques tanto el arreglo como la improvisación no dejan de ser formas elusivas de la composición. “El año pasado, a pesar de traer un programa esencialmente instrumental, tuve salas llenas las tres noches, con un público muy interesado, culto, respetuoso y extremadamente caluroso al final de cada presentación”, recuerda Jaques de los conciertos del año pasado. Y se embala: con Paula todo será mejor aún. “Tiene charme, gracia y facilidad de comunicación”.

De nuevo entre un público que lo sigue con atención, tanto cuando respalda alguna estrella brasileña como cuando él mismo ocupa el centro de la escena, Jaques Morelenbaum ha recorrido un camino personalísimo, dejando en cada una de sus paradas el documento de su manera de estar en el mundo de la música. Su canto de líneas largas o de vivaz pizzicato no nace del contrabajo jazzístico ni de la aplicación de Casals al modo popular, aunque desde luego los incorpora.  Tan dinámico es el toque de su arco, tan rica su paleta de timbres y tan profundo su canto – sus tonos graves son únicos – que uno podría imaginar que, en realidad, el violonchelo fue un invento brasileño robado por los europeos.

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