Dos nuevos libros sobre Spinetta

Por Sergio Pujol

En la explosión actual del mercado de libros de rock nacional y música popular argentina, Spinetta tiene un lugar privilegiado. Desde su muerte, se multiplican los textos que lo tienen como protagonista. A ese corpus en expansión se le acaban de sumar El lector kamikaze de Juan Bautista Duizeide, Mito y mitología de Mara Favoretto y el extraordinario Tigres en la lluvia de Martín Graziano, que se focaliza en el disco El jardín de los presentes de Invisible.

Mayo de 1973. En una de aquellas desabridas notas con las que las revistas de actualidad posaban su atención sobre el todavía novedoso rock argentino – “música progresiva”, corregían con orgullosa arrogancia sus actores -, una foto de Luis Alberto Spinetta con Pescado Rabioso llevaba una leyenda un tanto curiosa: “El Gardel de la generación rock”. A 44 años de aquella frase convencional pero sin duda ponderativa, quizá ya podamos pensar a Spinetta más allá de la exégesis de sus maravillosas canciones; hablar de él en los términos de trascendencia con los que Gardel ingresó al canon de la cultura argentina. Obviamente, la singularidad de cada figura impide arriesgar cualquier otra comparación entre ellas que vaya más allá del reconocimiento de sus capacidades para convertir los signos de sus respectivas épocas en estilos imperecederos. Luego, también podríamos arriesgar el uso compartido de la metonimia de género musical: si Gardel fue el tango, Spinetta fue el rock.

La bibliografía en torno a Spinetta y su obra creció mucho últimamente. Ya no están solos el muy buen libro de Eduardo Berti Spinetta. Crónica e iluminaciones y aquella sabrosa entrevista que Miguel Grinberg supo hacerle para su libro Cómo vino la mano. Es cierto que en el medio hubo abordajes interesantes. Las revistas La Mano y Rolling Stone dedicaron sendos números especiales que valen como libros, Juan Carlos Diez prosiguió en Martropía el arte de la conversación según Spinetta y el exhaustivo Miguel Ángel Dente publicó Tícher de luz. Pero la muerte logró, entre otros efectos menos previsibles, la canonización definitiva del mayor creador del rock en la Argentina y, por consiguiente, un envión bibliográfico. Unos meses atrás, Julián Delgado con Tu tiempo es hoy y Sandra Gasparini con el volumen colectivo Iniciado del alba ampliaron sustantivamente el visor, con enfoques de rigor académico. Todo esto revela la necesidad que, como sociedad, tenemos de pensar y explicar a Spinetta, ya convertido en un clásico de la Argentina moderna. A la altura de Yupanqui o Piazzolla. A la altura de Gardel.

Las últimas novedades en la materia son los aportes de la investigadora Mara Favoretto – Spinetta. Mito y mitología, Gourmet Musical –  y del escritor J.B.Duizeide- Luis Alberto Spinetta. El lector Kamikaze, editora Patria Grande. El primero es un ensayo erudito sobre la dimensión mítica de quién, al decir de la autora, presenta la doble condición de haber sido adoptado por su público como leyenda (generalmente contra su propia voluntad) y, al mismo tiempo, haber construido una mitología popular que satisface la necesidad de respuesta existencial de aquella audiencia. Es virtud de Favoretto, también autora del perspicaz Charly en el país de las alegorías: un viaje por las letras de Charly García, haber logrado que su documentado estudio saliera airoso del empleo de un marco teórico cuanto menos controvertido. Las distintas funciones que la autora observa en el corpus autoral de Spinetta (mística, cosmológica, social y pedagógica) no son erróneas aunque tal vez sí un tanto inespecíficas, ya que podrían hacerse extensivas a otros fenómenos de cultura popular contemporánea – incluso, a la contracultura de los 60/70 en su conjunto – siempre que queramos leerlos desde la particular óptica de Joseph Campbell, el gran investigador de los mitos.

El punto más interesante de la tesis es el que explora la relación de Spinetta con su público, allí donde mito y mitología se alimentaron recíprocamente (¿O acaso no sentíamos fascinación, un poco de desconcierto y finalmente sosiego espiritual cuando a nuestros quince años escuchábamos aquello de “Aguas claras de Olimpo”?). Explica Favoretto: “Esto no es raro, ya que el mito florece cuando en una sociedad existe un espacio vacío que puede ser ocupado por un ser carismático y creativo en el que la audiencia encuentra una respuesta a su búsqueda de la belleza y de un sistema metafórico que funcione como una realidad paralela donde uno se puede escapar por un rato del contexto agobiante en el que le toca vivir.”

Irónicamente, ese lazo espiritual entre el músico y sus seguidores más propensos a la mistificación hizo que el verdadero potencial vanguardista del héroe/poeta quedara a menudo atrapado en cierto clisé de genio iluminado capaz de morigerar la angustia del hombre disociado del cosmos. En ese sentido, la ingeniosa parodia que Capusotto actuó en su personaje “Luis Almirante Brown” – el paso abrupto de lo sublime a lo pedestre resulta desmitificador – desnudó las trampas de un imaginario que terminaría siendo, en manos de sus adoradores, el talón de Aquiles del gran mitólogo del rock argentino.

Escribir canciones fue para Spinetta un modo de compartir con sus seguidores más devotos su diario personal de audiciones y lecturas. Baudelaire y Rimbaud. Una pizca de orientalismo y un empacho de surrealismo. Antonin Artaud, claro, al que le dedicó un disco impar. Y cierta inclinación por pensadores polémicos o heterodoxos: Carl Jung, Wilheim Reich y Carlos Castaneda. También Michel Foucault, fugazmente. Y, hacia el final, Deleuze y Derridá. En su ensayo poblado de ideas interesantes y abundantes referencias a la historia del rock internacional, J. B. Duizeide analiza y contextualiza las marcas literarias y filosóficas que conformaron “el mundo” de El Flaco a través de los años, a través de los discos. Al hacerlo, va más allá de lo sabido o lo fácilmente constatable, como cuando compara la canción “Por” con el poema de César Vallejo “La paz, la avispa, el taco, las vertientes…”

Desde el tan mentado surrealismo a la ciencia ficción, y de la política de los 60/70 a las enseñas de “otras realidades” de Carlos Castaneda, Duizeide avanza en una suerte de biografía intelectual de Spinetta. Coincide con Favoretto en la apreciación del autor de “El anillo del  capitán Beto” como un creador que trascendió la antinomia entre nacional-extranjero (“En el caso de Spinetta, cabe plantearse el cultivo de una estética de la recepción; el desarrollo de una capacidad para asimilar influencias diversas, transformándolas de una manera que lo lleva a independizarse de ellas y en cierto modo superarlas”), pero su campo de exploración es la trama de lecturas en contextos históricos cambiantes. El “lector Kamikaze” que Duizeide examina no es tanto ese semi-dios con pase libre al Olimpo – sólo el capítulo “Spinetta y lo sagrado” da cuenta de aquella función – como un incansable agente cultural que, un poco a la manera de Borges (por más que parezca algo caprichosa, la comparación entre el escritor y el músico que ensaya Duizeide es muy productiva), incorporó lo que “llegaba de afuera” para convertirlo en canción argentina.

Lo que los autores aquí comentados no abordaron – sólo lo hicieron ligeramente, como pasaje a otros problemas – es el lenguaje musical de Spinetta. Se trata de una vacancia habitual en la escritura sobre música popular, y su señalamiento de ningún modo pretende inhibir las diversas lecturas  de una obra intensa y extensa. En todo caso, podría pedírsele a la biblioteca Spinetta más escucha que lectura. O ambas operaciones en el mismo plano. “La música esconde algo y uno debe encontrarlo”, le decía Spinetta a Rodolfo Braceli. “Es la felicidad tener una tonada nueva, una canción que todavía no dice nada.” Por supuesto, un vasto futuro le aguarda a ese tesoro de cientos de canciones que seguirá revelando secretos mientras haya un país que lo interrogue. Tampoco faltará mucho para que un capitán Beto del siglo XXI lleve prendida en su nave la estampita de El Flaco.

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