Sergio Pujol está asociado desde hace años a la difusión y el análisis de la cultura popular en la Argentina. Por caso su libro “Jazz al sur” (Emecé 1992), no sólo constituyó el primer esfuerzo por indagar y narrar la historia de la música de raíz negra en el país, sino que erigió a su autor como una fuente de consulta ineludible para conocer el devenir del género. Desde entonces Pujol escribió otros 13 libros. El reciente “Oscar Alemán. La guitarra embrujada” lo regresa a los territorios del jazz. Periodista, historiador, investigador del Conicet, conductor de “Influencias” por Radio Universidad de La Plata; Pujol asume cada una de esas facetas con la misma pasión con la que se declara un devoto jazzero. “Este es un muy buen momento para el jazz en la Argentina”, dice. Y le sobran méritos para sostener el postulado.

Comencemos por tu última biografía. ¿Desde cuándo te atrajo la figura de Oscar Alemán?

La figura de Oscar me atrajo desde que lo vi en un programa de ATC, poco antes de su muerte. Un señor morocho, mayor, muy delgado, con anteojos cuadrados y un traje – creo que blanco – que le sobraba por todos lados. Y de pronto sacaba un swing tremendo, rocanroleaba y se llevaba la guitarra a la espalda sin dejar de bailar como un negro de Harlem. Yo tenía 20 años y recién empezaba a escuchar un poco de jazz; lo mío por ese entonces era el rock progresivo, algo de jazz-rock, mucho Serú Giran, etc. Con los años tuve oportunidad de escribir seguido sobre Oscar, pero siempre de una manera un tanto superficial o impresionista. Pero cuando escribí “Jazz al sur” se instaló como tema a desarrollar en el futuro.

Pero pasaron muchos años entre “Jazz al sur” y este libro sobre Oscar Aleman…

Si. Pero si no lo hice antes, fue porque era un proyecto de Carlos Inzillo. Pasó el tiempo y con gran generosidad Carlos me dijo un día: “Hacelo vos, yo doy muchas vueltas”. Y así fue.

Oscar Alemán

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Qué aspectos puntuales te sedujeron como para comenzar a investigar, documentarte y producir su biografía?

En primer lugar, la vida de Oscar presenta algunos paralelismos con la del jazz. Esto lo digo- y lo escribo – con cierta aspiración metafórica. Pero es cierto que ambos salen de América a recorrer el mundo y se cruzan, se encuentran, en un momento de ascenso para ambos. Son nómades, son negros, vienen de un origen muy humilde y en cierto modo alcanzan la redención social a través de un arte virtuoso. Esto nos permite entender lo que muchos venían preguntándose: cómo fue posible que un muchacho chaqueño nacido en 1909, que tenía alguna experiencia en el folclore con su padre y sus hermanos y que había llegado a la guitarra a través de un cavaquinho comprado en Brasil, se haya identificado tan profundamente con el jazz. La respuesta no se agota en la ponderación de su arte ni en su tremendo swing. Creo que el hecho de que, por las circunstancias de su vida, no haya podido establecer un vínculo estrecho con la sociedad argentina hasta los años 40 lo predispuso a identificarse con una música popular moderna, urbana y en cierto modo cosmopolita. La verdad es que cuesta imaginarlo haciendo carrera en el tango, género que conocía bien pero que no lo representaba ni interpelaba. Otro aspecto interesante de su vida fue la relación con Django Reinhardt.

¿Cómo fue esa relación con Django?

Tuvo varios efectos. Por un lado, que haya calificado como amigo/rival lo situó en un plan de consideración internacional incuestionable. También podría decirse lo que, un poco en broma, se dice de Tony Bennett: tuvo la desgracia de ser contemporáneo del más grande, Frank Sinatra. Y otro efecto de aquel vínculo fue la introducción del gypsy swing en la Argentina. Eso es mérito de Oscar, sin ninguna dudas.

Pocos músicos de jazz trascienden el género y son apreciados por aficionados no-jazzeros. Pasó con Louis Armstrong a nivel mundial y con Alemán acá. ¿Eso tuvo alguna incidencia para vos como biógrafo?

Como biógrafo, no me propuse escribir un libro para aficionados al jazz, aunque es obvio que estos podrán disfrutarlo…¡Ojalá!. En realidad, me interesaba examinar la relación de un guitarrista virtuoso que eligió un género “no argentino” y que no obstante se convirtió en una estrella del espectáculo argentino. Para mí, ese costado de performer es tan interesante como el netamente musical. O para decirlo mejor: no se entiende el fenómeno musical Oscar Alemán sin tener en cuenta su pertenencia al campo de la cultura popular.

Se recuerda a Alemán como el guitarrista de Josephine Baker o al “Mono” Villegas por su relación con Duke Ellington y los músicos de su orquesta. Pero hoy, como señalaste alguna vez, se dió poca trascendencia a que Leo Genovese sea el pianista de Esperanza Spalding. ¿Por qué sucede eso?

Creo que tiene que ver con cierta descentralización del jazz. Cierta pérdida de autoridad suprema que tenía principalmente la escena neoyorkina en todo el mundo. Obviamente Nueva York sigue siendo una ciudad fascinante para quien guste del jazz. Tiene una dinámica muy particular, con condiciones óptimas para los músicos y el público. Pero ya no es el centro indiscutido de esta música. Hoy todo se ha emparejado y se hace muy buen jazz en muchos lugares distintos.

También la integración entre músicos y países es moneda corriente…

Claro. Fijate, vez pasada estuvo en La Plata Yotam Silberstein, un guitarrista israelí que vive en Estados Unidos. Su último disco, “The Village” tuvo cuatro estrellas y media en Down Beat. Es un guitarrista extraordinario. Tocó con Carlos Aguirre, el pianista e hicieron una minigira. Y la verdad es que vino acá fascinado con el ambiente jazzístico argentino. Completamente integrado. Toca muy bien. Pero no es él y los demás que acompañan. Está totalmente integrado a los músicos locales y a un mismo nivel.

¿Vos decís que la media de los músicos argentinos está en un nivel comparable al de la escena internacional?

Yo digo que hay un nivel de paridad entre los músicos argentinos y los internacionales que antes no existía, salvo en algunos instrumentos. Siempre hubo muy buenos pianistas acá. Pero no pasaba lo mismo por ejemplo con los bateros o los contrabajistas. Eran los instrumentos en donde saltaban las diferencias. Había pocos buenos. Dos, tres cuatro nombres. En cambio hoy en día hay una paridad y una cantidad nunca antes vista. Hoy hay muchos contrabajistas de primer nivel y otro tanto pasa con los bateristas. Y hay arregladores y hay compositores. Es un momento muy bueno para el jazz en la Argentina.

Pareciera que ahora lo que falta es público…

¿Y será así?…No hay encuestas o estadísticas precisas. Quizás sea una sensación. Yo te pregunto ¿cuántos discos de jazz se venden en la Argentina? No lo podemos saber. Con la producción y la venta independiente no lo podés saber. Hoy muchos discos se producen con la autogestión de los músicos y luego se venden en los shows. No hay estadísticas de eso.

Es cierto, pero hablamos de cantidades pequeñas. Variedad, pero en cantidades pequeñas.

Sí, pero esparcida por todo el país. Hay clubes por todas partes. Músicos haciendo jazz por todos lados. Y todos tienen sus discos. Que circulan entre amigos y seguidores, que se venden en los shows. En algunas ciudades hay una fuerte presencia del jazz. Por caso Santa Fe, que tiene una escuela de música muy buena, que tuvo big bands importantes y generó músicos que luego vinieron a Buenos Aires o se fueron a vivir afuera, como Leo Genovese o Francisco Lo Vuolo. Además está Rosario, que siempre fue un polo musical muy importante. Pero volviendo a lo que decías sobre el público, sabemos que el jazz no es una música de masas y la impresión que da es que su audiencia es reducida pero fiel. Seguidora y muy informada.

¿Y todo esto que mencionas, alcanza para que el jazz local defina un lenguaje propio?

Ahh…esa es la pregunta del millón. Hay opiniones divididas entre quienes analizan la escena. Berenice Corti dice que sí. Diego Fischerman dice que no. Y yo estoy en una posición intermedia. Creo que hay modos de incorporar tradiciones locales y que eso es un capital propio de la música argentina que no está en ninguna otra parte. Si Adrián Iaies se pone a improvisar sobre “La casita de mis viejos” hay una información que Keith Jarret no tiene. Eso está claro. Y por otro lado los standards que toca Jarret no son ya solo de Jarret ni son exclusividad de los norteamericanos. Es decir que lo local o lo regional, en países como la Argentina, pueden ser elementos valiosos en el momento de definir un cierto color propio. Pero dejame decirte también que a esto a mi no me preocupa demasiado.

Adrián Iaes

¿Por qué no te preocupa?

Porque me parece que lo que el jazz ha tenido desde sus orígenes y que habría que seguir defendiendo casi con actitud política, ha sido siempre esa idea de ciudadanía del mundo. Esa idea de que las fronteras nacionales no tienen que ser restrictivas para una música que nació como una expresión de libertad. Y no como una expresión de todos, sino de una comunidad en particular: la afroamericana. Hablábamos del público. En Estados Unidos el jazz tampoco es masivo. Participa con un 6 o 7% como máximo en las ventas de la industria musical norteamericana. Basta con ver el lugar mínimo que ocupa en la entrega de los Grammy. Por eso, sintetizando, yo creo que si hay algo argentino en el jazz quizás no sea tanto en el modo de hacerlo sino en la condición de argentino, del background personal de cada músico. Hay muchos músicos de jazz que admiran a Horacio Salgán. Y eso se filtra en la música y es un capital que no tienen en otro lugar.

Nos cuesta tanto pensar en un jazz argentino y sin embargo no cuestionamos la existencia del rock argentino o de fútbol o rugby argentinos…

Yo creo que no hay que obsesionarse con la pregunta sobre la identidad. Mejor es preocuparse porque la música se exprese libremente. Que haya circuitos para tocar. Si creo importante que se le de legitimidad al ejercicio del jazz argentino. Eso es algo que está faltando. Es un problema diferente del de la identidad. Nadie le va a pedir a Martha Argerich que toque Beethoven a la manera argentina. Sería una barbaridad. Sí pedimos espacios para que surjan más artistas como Martha Argerich. Y de la misma manera tenemos que crear las condiciones para que la Argentina siga siendo un país generador de jazz. Hoy por hoy el más importante de la región, lejos.

Con muchos estilos en convivencia, desde el hot jazz a las formas más libres…

Exactamente. Quizás porque durante muchos años en la Argentina, a diferencia de otros países, hubo una escena de jazz tradicional muy vigorosa. Gente, con la que si bien podíamos tener muchas diferencias, cumplió no obstante una función pedagógica importante. Nos mostró que el jazz no quedaba condensado en las últimas novedades. Esa perspectiva histórica permitió que aún hoy haya una cierta diversidad jazzera.

Paralelamente había otros más abiertos, más “modernos”. Pienso en “Bebe” Eguía, por ejemplo.

Claro. Un músico tremendo que casi no grabó. Un tenor muy talentoso y muy informado. Porqué es un mito eso de que no había información. Claro que no tenían el acceso que hay hoy en día, pero estaban muy informados. Había gente que viajaba y traía discos. Y además aquí se editó mucha discografía. Es falso eso que dicen que los discos no llegaban. Acá se editó mucho y llegaba todo. Si es cierto también que por aquellos años el jazz tenía cierta predeterminación social. Era música de gente bacana…de clase más acomodada.

Hablando de cosas que no son ciertas, también se cree que antes no se componía…

Acá siempre se compuso. No es nuevo eso. Pero los músicos que componían casi no tocaban sus propias composiciones. Prevalecía el instrumentista por sobre el compositor. Un ejemplo de eso es el “Mono” Villegas, que grabó poco sus propios temas. Hoy eso cambió y los músicos actuales tienen una necesidad artística o espiritual de componer su propio material. De tener obra. Y es una necesidad muy legítima y honesta. Hoy la composición permite más libertad para un desarrollo instrumental. Por ejemplo a Esteban Sehinkman y “Pajaro de fuego”, uno de los grupos más interesantes que aparecieron en el último tiempo, yo no me los imagino haciendo temas de (Duke) Ellington o (Cole) Porter.

Pájaro de fuego. Foto: Pablo Astudillo

¿Cuál señalarías hoy como el principal escollo para que el jazz siga progresando en la Argentina?

La falta de lugares donde tocar. Faltan locales. Hay mucha música, muchos discos, pero no hay suficientes locales ni espacios. Los canales de TV no tienen más orquestas, por ejemplo. Por eso la mayor parte de los músicos de jazz argentinos viven de la docencia. Yo comparo eso con la situación de la poesía. Por eso, quizás el jazz sea el último reducto de la vocación musical pura.

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