Gustavo Santaolalla en La Plata

Sergio Pujol

 El concierto de Gustavo Santaolalla en el Coliseo Podestá de La Plata – la escala espacial perfecta, con atiborrada concurrencia y la luminosa presencia desde un palco de Estela de Carlotto – arrancó con temas de los primeros dos discos de Arco Iris. Primera reflexión, hecha en el tiempo real de la escucha: ¡Qué subvalorados han quedado aquellos álbumes de 1969 y 1970 en la narrativa canónica del rock argentino! Quizá haya sido porque Arco Iris aun no había desarrollado su arsenal de fusión indoamericana que lo caracterizaría en el contexto de la Argentina de los 70, o por el aislamiento que aquellos jóvenes de mística comunitaria adoptaron en el momento expansivo de una nueva música joven argentina. Lo cierto es que en los habituales censos de historiografía rockera casi nadie recuerda “Abre tu mente”, “Quién es la chica” o “Canción de cuna para el niño astronauta”. Ni hablar del simple “Zamba” (ya el título genérico producía alguna confusión en la tribu beat). Sin embargo, a pesar de la candidez de las letras, aquellas canciones se sostenían sobre inspiradas melodías, secuencias armónicas de sesgo jazzero y una sonoridad grupal ajustada. Además – bueno, bastante más que un “además” – aquellos muchachos tocaban muy bien, posiblemente en un grado por encima del resto de los pioneros del rock argentino.

  En definitiva, fue inevitable encontrar en el recital Desandado el camino, mayoritariamente basado en el disco Raconto de 2017,una cierta intención reivindicativa. No de una trayectoria de producción de rock, pop y “otras músicas” en (de) Latinoamérica – discutir el valor de Santaolalla en ese campo sería una necedad – pero quizá sí de un corpus autoral y compositivo que, en términos generales y con buenas ideas en los arreglos, ha logrado el cometido de toda buena música con historia:  vivir al mismo tiempo en el pasado que la vio nacer y en el presente que la interpela. Santaolalla sigue siendo el intérprete riguroso de toda la vida. “A su guitarra se le entienden todas notas”, me sopló un amigo en medio del recital. Su versatilidad le permite transportarse con elegancia de los clásicos de Arco Iris (“Mañanas campestres”, “Sudamérica” y “Paraíso sideral”) a un hit de la etapa pop/rock  como “Ando Rodando”; de las huellas aún frescas de Ushuaia a La Quiaca a lo mejor de los premiados soundtracks de Hollywood (el tema principal de Secretos de la montaña califica alto); de la impronta que le dio al rock mexicano (“A solas” está en esa línea) a la banda sonora del video game The last of us. Pues bien, también hubo espacio para Bajo Fondo (la presencia clave del violinista Javier Casalla en la banda así lo reclamaba), una baguala con caja y sin micrófono – la enseñanza de Leda Valladares -, algunas canciones de datación menos conocida y la hermosa “Vecinos”, un valsecito a la Erik Satie que remite a un vuelo entre Los Ángeles y Nueva York que hizo su hija cuando sólo tenía 5 años.

 En algún sentido, podemos seguir el derrotero de Santaolalla como si fuera la hoja de ruta de la música popular argentina y continental a lo largo de los últimos cuarenta y pico de años. Durante algo más de dos horas muy atrayentes, la banda formada por Barbara Palacios (guitalele, guitarra, ukelele, percusión y voz) Javier Casalla (violín, viola y guitarra eléctrica), Nicolás Rainone (contrabajo, chelo, bajo y voz), Pablo González (batería, timbales y voz) yAndrés Beeuwsaert (piano, vibráfono, órgano Hammond y voz) revisitó un corpus extenso y variado, cuya ilación más evidente fue la precisión de orfebrería del ensamble, con un cuidadísimo desempeño vocal, tanto en el plano solista – Santaolalla tiene varias voces, como Pessoa heterónimos – como en el de las armonías vocales.

 Más impresionista que pasional, la música de Santaolalla juega al encantamiento mediante la levedad de timbres y tonalidades, la astucia en la elección de las texturas y   las combinaciones instrumentales (rara vez tocan todos juntos durante todo el tiempo) y la sujeción a formas más bien breves (un buen antídoto contra la grandilocuencia).  Con sus cautivantes atmósferas sonoras en las que, tras dibujos melódicos atractivos, lo acústico y lo eléctrico se confunden en una misma corriente, Santaolalla ha sabido “folclorizar” la cultura rock de un modo tal vez no rupturista – la gracia de su música propicia más la síntesis que el choque – pero definitivamente perdurable. 

Foto: Luciana Demichelis

Gustavo Santaolalla en el Teatro Coliseo Podestá de La Plata. El Puente/Medio Limón/Agencia de Música. Domingo 16 de setiembre 2018.

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