“El 73 fue un año de definiciones”, dice sin dudar Sergio Pujol durante una entrevista con Info 135, al hacer referencia a aquellos lejanos 12 meses que marcaron un rumbo, tanto en la política como en la música. Ese es justamente el tema central del libro que acaba de publicar este reconocido historiador especializado en cuestiones culturales, además de crítico musical, y que, bajo el título “El año de Artaud”, se convierte en una apasionante recorrida cronológica sobre un 1973 que marcó a fuego a toda una generación.

Autor de “Discépolo, una biografía argentina”, “Rock y dictadura”, “En nombre del folclore – Biografía de Atahualpa Yupanqui” o “La década rebelde – Los años 60 en la Argentina”, entre otros, Pujol traza aquí un apasionante paralelismo entre lo que fue el rock en aquel efervescente 1973 – tomando como base el álbum “Artaud”, de Luis Alberto Spinetta-, y los cimbronazos de un tiempo político que significó haber dejado atrás otra dictadura, el regreso de Perón, la fugaz presidencia de Héctor Cámpora, y el posterior inicio del tercer mandato como presidente de quien fuera el fundador del movimiento, con el telón de fondo de una juventud que, lejos de ser indiferente, se involucraba cada vez más en la política.

– ¿Qué tuvo de especial aquel 1973, tanto para la música como para la política? ¿Por qué no 1974 o 75?

– En cuanto a la política, es innegable que se trató de una coyuntura decisiva en la historia argentina contemporánea. Fin de una dictadura que, con leves cambios de conducción, abarcó siete años; fin de la larga proscripción del peronismo y regreso de su líder al país, en un momento en el cual democracia y revolución parecían ser términos hermanados. La crónica del acontecer político es tan compleja, requiere de tanta minuciosidad, que uno tiene la impresión de estar no frente a un año sino frente a un período de la historia nacional. Para la música joven, que por entonces empieza a conocerse como “progresiva”, el 73 fue un año de definiciones. En un contexto de fuerte politización de la sociedad, debía demostrar, en sus propios términos y fiel a su identidad cultural (la contracultura, podríamos decir), que no era sólo un grito de malestar generacional. No es casual que junto al disco Artaud, Spinetta haya lanzado un Manifiesto de tono contestatario. Allí, su crítica a los empresarios de la música, a los medios y a los músicos “complacientes” o conformistas revelaba con claridad su propia idea de la política.

– ¿Cómo era en aquel momento la relación entre política y rock?

– Era una relación de baja intensidad. No diría nula, ya que algunos músicos, incluso el propio Spinetta, tenían o habían tenido algún tipo de militancia. En general, todos apoyaron primero a Cámpora y luego a Perón, si bien pocos – hasta donde pude averiguar – se movilizaron a Ezeiza a recibir al líder. A diferencia del folclore que venía del Nuevo Cancionero, donde abundaban afiliados al PC, el rock no funcionó en términos orgánicos con ningún movimiento o partido político. Podría decirse que desde finales de los 60 estaba ocupado en su propia revolución, si bien en el 73 se sumó a la expectativa general de cambio. Aun así, hay un hecho muy curioso: el único festival que se hizo para festejar el triunfo de la fórmula Cámpora / Solano Lima fue organizado por rockeros. Esto indica que si en política el protagonismo lo tenía la “Juventud maravillosa”, en música el género que interpelaba a la juventud era el rock.

– ¿Hubo en algún otro momento de la historia argentina del último medio siglo otro año en el que, como en 1973, hayan pasado tantas cosas?

– En realidad, siempre están “pasando cosas”, si bien es verdad que pocas veces esas “cosas” tiran con tanta fuerza de la soga de la historia como sucedió en 1973. Yo diría que 1976, 1982, 1983, 1989 y 2001 fueron también años proactivos (cada uno por razones muy diferentes, claro), pero no creo que hayan sido tan vertiginosos como el 73.

– ¿Aquel 1973 fue realmente un oasis, tanto en lo político como en lo cultural, después 7 años de dictaduras, y antes de lo que iba a ser el principio del fin de una democracia, con la muerte de Perón, el crecimiento de la figura de López Rega y la llegada de la dictadura en 1976?

– Sí, al menos aparece en la memoria colectiva como un hiato en una continuidad histórica que, entre 1955 y 1983, estuvo signada por dictaduras o procesos democráticos muy débiles en términos institucionales. Recordemos los “planteamientos militares” durante el gobierno de Frondizi, el golpe de Onganía contra Illia, lógicamente la proscripción del peronismo, ese hecho maldito del país burgués… Luego, que en torno a López Rega se haya creado una organización como la Tripe A, semilla del terrorismo de Estado, muestra un claro declive en el post-73. De todas maneras, el historiador debe evitar la visión anticipatoria del pasado. Quiero decir: la suerte del 73 no estaba sellada ni predeterminada. Las cosas podrían haber evolucionado de otro modo. Lamentablemente no sucedió, pero eso no fue “culpa” del 73, como a veces oímos decir cuando se demoniza aquel año.

– ¿Se podría trazar algún tipo de paralelismo entre lo que fue esa implosión de la política para los jóvenes de aquel momento, con la llegada del kirchnerismo al poder, en cuanto a la reivindicación de la política como herramienta de cambio, y el protagonismo de la juventud?

– Es posible, en virtud de que en ambos escenarios históricos hubo gobiernos peronistas algo girados a la izquierda. Esto hizo que las masas juveniles se movilizaran con más entusiasmo, en un gesto de reconciliación con la actividad política, si bien hay que tener en cuenta que nadie llega al poder democráticamente sin votos juveniles (a Menem y a Macri también los votaron jóvenes, obviamente). Pero hay diferencias importantes entre uno y otro momento histórico, especialmente en las formas de relación de un gobierno con la cultura de los jóvenes. En el 73 no hubo una relación tan fluida entre gobierno y rock. Es verdad que el izquierdismo de aquel peronismo duró muy poco, pero todavía era fuerte el lazo entre canción de protesta y folclore y los gobiernos de Cámpora y Perón. Por ejemplo, los ciclos musicales organizados por el Estado daban prioridad al canto comprometido. Pensemos que la Cantata a los Montoneros de Huerque Mapu fue un encargo de Nicolás Casullo, a la sazón al frente del Departamento de Cultura y Comunicación de Masas del Ministerio de Educación y Cultura que dirigía Taiana. La política no pensaba la cultura en términos identidad juvenil. Cuesta imaginar un encargo similar a Arco Iris, Litto Nebbia o Aquelarre. Por otra parte, en tiempos de Néstor Kirchner el rock argentino ya era una música completamente aceptada y consagrada, que incluso convivía perfectamente con el folclore y demás géneros. Recordemos los recitales en Casa Rosada. Y tengamos en cuenta que 2015 se declaró el natalicio de Spinetta como el Día Nacional del Músico.

Sergio Pujol, autor de “El año de Artaud – Rock y Política en 1973”

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