Entre Nueva York y Buenos Aires, el músico cordobés habla de tocar y grabar en Manhattan, de la escena local, de su trabajo como docente y de sus propios grandes maestros.

Mariano Loiácono marca cuatro en la media lengua del jazz – ese english de onomatopeya musical – y el quinteto ataca con precisión y tersura una secuencia de blues al modo hard bop. El tema porta la vivaz motricidad del jazz que solía editar el sello Blue Note, pero escapa con talento de cualquier acusación de clonación. Ni vintage ni modernísimo: jazzístico en un sentido acendrado. Se titula “Bluescycle”, y lleva la firma de Mariano. Es el primer track de Vibrations, el álbum que el trompetista argentino grabó en un estudio de New Jersey el año pasado – no más de dos tomas por tema, al viejo estilo – y que este año se editó en Buenos Aires, ya con chances de encabezar el listado de los mejores discos de jazz de la temporada. El grupo lo completaron George Garzone (saxo tenor), Anthony Wonsey (piano), Davis “Happy” Williams (contrabajo) y Rudy Royston (batería). ¿Cómo darnos cuenta de que, más allá de la foto de tapa y la autoría en tres de los seis temas, estamos frente al disco de un trompetista argentino interactuando con músicos del área de NYC? Quizá no haya forma de saberlo. Y eso, en la particular comunidad global del jazz, ahí donde todos solean y acompañan por turno, es algo bueno.

Un argentino con músicos de allá. Pero no tan “de allá”. En otros tiempos, la noticia de que un habitué de los clubes de jazz de Buenos Aires había vivido la experiencia por la que pasó Mariano hubiera generado un cierto revuelo. En todo caso, lo que solía suceder era la emigración definitiva, la quema de las naves para probar una vida extranjera a cara o seca. Sabemos de esas biografías, de Lalo Schifrin en adelante. Hoy la sociabilidad global ha modificado positivamente los vínculos entre músicos de distintas partes del mundo. De hecho, Garzone – gran tenor, compositor interesante y docente prestigioso – fue profesor de Mariano en 2012 y estuvo muchas veces en la Argentina: el saxo tenor viaja cómodo en los aviones, y Garzone, como otros norteamericanos que nos han visitado recientemente, va siempre ligero de equipaje. El jazz es música ligera.

Mariano sabe que Vibrations es el mejor de sus seis discos. Ahí pudo desarrollar en plenitud un estilo lleno de matices, con solos líricos y al mismo tiempo filosos que fugazmente salen de la tonalidad como quién se asoma a otros mundos sin abandonar el propio. Su vida discográfica se inició en 2009, con I Knew, y alcanzó un estadio bastante alto en 2015, con Black Soul. Sabe que para tocar el jazz que a él le gusta, ligado a la modernidad “negra” de los años 50 y 60, la experiencia con los músicos norteamericanos es clave, una especie de posgrado. Mariano jamás desmerecería a los compañeros argentinos con los que grabó sus discos anteriores – de hecho, él es uno de ellos–, pero no puede dejar de entusiasmarse con la calidad jazzística de un pianista como Wonsey, o la de un contrabajista como Williams. A propósito: Williams tocó con Freddie Hubbard el tema “Dear John” que ahora ha vuelto a grabar con otros coequipers en Vibrations. Estas son las conexiones que a Mariano le gustan y lo estimulan. Y las que en estos días él mismo seguirá alentando en un ciclo en el club de jazz Bebop.

“Es una idea bárbara, una apuesta enriquecedora para músicos y público”, arranca con vehemencia quién seguramente sea en la actualidad el músico argentino más destacado en el instrumento de Satchmo, Dizzy y Miles. “Cuando los músicos vinieron para presentar el disco, con Aldo Graziani y Karina Nisinman tuvimos la idea de traer uno o dos músicos de Estados Unidos con cierta regularidad. En agosto estuvo el baterista Clarence Penn, que suele tocar con Dave Douglas y María Schneider, entre otros grandes. El 20 y 21 de setiembre tocaremos con el pianista Cyrus Chestnut, y en octubre, con el baterista Carl Allen. Son todos músicos del más alto nivel, tocan muy seguido en los clubes de Nueva York y tienen una discografía impresionante. Se integrarán con músicos locales. Aquí yo soy una especie de anfitrión musical. Preparo la situación, para que la cosa funcione cuando el músico llega. Poder ensamblarlo bien y salir a tocar.”

Por supuesto, se trata de un canal de ida y vuelta: Mariano ya tiene confirmadas cinco fechas en el exquisito Smalls Jazz y en otros clubes de Manhattan, más algún otro proyecto que, por cábala o discreción, prefiere no revelar. Sus conciertos neoyorquinos, ideados con el pianista Anthony Wonsey, serán en formación de cuarteto. La mundanidad de los músicos de jazz es proverbial: no existe otro género de música en el que personas que apenas se conocen, que a menudo ni siquiera hablan el mismo idioma, puedan tocar conjuntamente sin mucho ensayo previo. Es verdad que el repertorio de los standards, ese gran palimpsesto de los improvisadores, facilita el repentismo de la situación, pero están las piezas originales también. Para hacer el disco, Mariano les envió a los otros músicos las partes por mail, y así se hizo todo: escasa producción y mucha música, a contracorriente de cómo opera hoy el gran negocio del entretenimiento. El jazz es sofisticado y básico al mismo tiempo: se piensa y se siente en un mismo movimiento.

Más allá de las marcas personales que un músico pueda aportar al momento de diseñar un solo o sumarse a un ensamble, Mariano cree en el perfeccionamiento técnico y estilístico necesarios para honrar la música que un día, siendo un muy joven trompetista de orquesta sinfónica, descubrió en los discos Kind Of Blue de Miles Davis y The Last Great Concert de Chet LBaker. No le interesa demasiado tocar jazz por fuera de la tradición del género. Unas semanas atrás, una declaración suya sobre jazz y chacarera produjo algún revuelo. “En realidad, lo que dije es que improvisar sobre un ritmo de chacarera no te convierte en músico de jazz, porque en la actualidad la improvisación está en diferentes géneros y estilos de música. Me refería al hecho de que al músico de jazz no lo hace la improvisación sino el lenguaje. Como sucede en cualquier otro estilo. Y conocer el lenguaje significa entender las condiciones históricas en las que este surgió. Es como hablar una lengua.”

¿En qué medida crees que esa lengua se ve afectada por el bagaje cultural de quién la practica?

–En cada lugar donde se lo toca, el jazz está marcado por los elementos culturales de esos lugares, es innegable, pero eso no significa haya estilos nacionales. Esos elementos pueden ser más o menos fuertes de acuerdo a cómo ha sido tu crianza con la música, tu vínculo con las tradiciones de tu país y demás. Por ejemplo, no todos los argentinos tienen la misma relación con el folclore. El jazz está lógicamente influido por la música de cada lugar donde uno lo toca, pero yo no pienso en la fusión como algo premeditado.

De la música clásica a Clifford Brown

La vida de Mariano (Cruz Alta, Córdoba, 1982) cambió definitivamente el día que su padre desempolvó la trompeta que había sabido tocar de manera amateur en sus cordobeses años mozos y le hizo una breve demostración. Un par de notas sopladas al viento bastaron para que el muchacho de 12 años exigiera un gambito: las escolásticas clases de piano por algunas lecciones de trompeta. El mismo arte, otro instrumento. Mariano empezó a frecuentar la banda de Cruz Alta mientras seguía sus estudios en la Escuela de Música de la ciudad. Pronto viajó a Rosario y a Buenos Aires tras los arcanos de un instrumento que finalmente lo llevaría al campo del jazz. Fue así que sus participaciones en la Orquesta Sinfónica Juvenil de Rosario –fue primer trompeta – y en la Orquesta de Ópera de dicha ciudad serían reemplazadas por una vida de jazz de tiempo completo. Estudió unos años en EMC, tomó clases con el saxofonista Julio Kobryn y con el trompetista Juan Cruz de Urquiza e hizo clínicas con los norteamericanos Alex Spiagin y Jeremy Pelt. Llevaría poco tiempo nombrar a los músicos de jazz de su generación con los que nunca tocó.

“Me encanta el papel de la trompeta en la música académica”, declara sin nostalgia. “Pero creo que es muy difícil mantener los dos perfiles. De hecho, Wynton Marsalis, que hizo las dos cosas muy bien, dijo que lo costaba mucho mantenerse en el clásico y el jazz al mismo tiempo.” Ninguna experiencia con la música se olvida del todo. Es posible que el ejercicio de lo clásico haya predispuesto a Mariano para el trabajo con ensambles, actividad en la que actualmente destaca cuando dirige la Orquesta de jazz del CCK. Sesionista abundante –en su foja de servicios figuran Fito Páez, Charly García, Gustavo Cerati y Andrés Calamaro–, el jazz como objeto de su desvelo se volvió impostergable hace ya bastante tiempo. Desde luego, su trompeta vibra a gusto en proyectos jazzísticos afines – sus grabaciones con Adrián Iaies son preciosas, y los duetos que hizo últimamente con Ernesto Jodos son cosa seria–, si bien en este momento focaliza toda su energía en su quinteto con músicos de su generación y en los encuentros neoyorquinos.

Como sucede con otros géneros musicales, el jazz no está eximido de ser evaluado tanto en función de la expectativa que genera en el público como en la productividad de sus intérpretes contemporáneos. ¿Crees que estamos en un buen momento para escuchar jazz tal cómo hoy se lo ejecuta en el país?

–Sí, la escena está creciendo, hay más gente tocando y eso ya la hace interesante. Que sea más nutrida permite más roce entre músicos, más ideas dando vuelta. Asimismo, hay más lugares que antes donde uno puede formarse. La tecnicatura en jazz en el Manuel de Falla –educación estatal, gratuita–, está bien manejada, pone gente en escena continuamente. Y el área “El aula” en la Usina, donde trabajo como docente, también capacita en jazz. Por lo que he tenido oportunidad de observar en mis viajes – exceptuando la situación de EEUU, que es incomparable– diría que la Argentina es un polo jazzístico muy bueno.

Si en el tango las disputas generacionales han fragmentado varios momentos de su historia –en los últimos años esa brecha también parece haberse instalado en el rock–, la continuidad del jazz ha estado relativamente a salvo de las mitologías de la edad. Puede haber existido algún gesto de desdén o alguna polémica asordinada, pero terminó predominando el pase de la antorcha entre músicos argentinos que se reconocen como cultores de una música de raíz popular y de alcance tal vez minoritario pero no elitista. “Mi relación con trompetistas mayores que yo es muy buena”, aclara Mariano. “Con Gustavo Bergalli tengo buen trato, hemos tocado juntos en algún club de jazz. Lo mismo puedo decir de Roberto ‘Fats’ Fernández, que siempre me tiró la mejor onda, si bien ahora está retirado. En cuanto a Richard Nant, él grabó en mi disco de noneto, es un trompetista increíble. La verdad es que si no interactúo más seguido con otros músicos es porque salgo poco, estoy mucho tiempo en mi casa y enfocado en mis proyectos”.

Muchos de tus héroes musicales, de Louis Armstrong a Miles Davis y de Clifford Brown a Woody Shaw, desarrollaron sus técnicas en un país que hizo de la trompeta de jazz poco menos que el instrumento nacionalObviamente eso no sucedió en nuestro país¿Crees que, en tu caso, el hecho de haber empezado por la trompeta clásica condicionó en algo tu estilo?

–En realidad, hoy en día ambas trompetas, clásica y jazzera, se aprenden del mismo modo. En los maestros del jazz había mucho de autodidactismo, la búsqueda de una forma nueva de expresión. En los comienzos, la sonoridad era la propia de quién encontraba en la música un desahogo frente a las condiciones raciales y sociales. Hoy todos los trompetistas estudiamos con los mismos libros. Solo hay algunos puntos de la clásica que en jazz no se profundizan tanto, y viceversa. Cambia el enfoque, pero cómo soplar, como producir el sonido, de qué modo hacer ligaduras o doble estacato: todo eso se estudia de igual manera. En definitiva, la diferencia está en el lenguaje.

Share This