Sergio Pujol

Ahí estabas. Encantado y desarmado, en el campo del Estadio Único. Con tu pequeña libreta de apuntes, esa en la que, en otras ocasiones, solés anotar los títulos de las canciones, para luego agregarles una, dos o ninguna estrella, según tu parecer, mientras los que te rodean disfrutan o se disgustan con la música que los llama desde el escenario. Te pasás la vida analizando canciones, textos y contextos. Levantando y bajando el pulgar. Hablando de tradición y ruptura. De «alta» y «baja» cultura. De identidad y globalización. Trazando genealogías un tanto inciertas, acaso en busca de relaciones que te ayuden a entender lo que sucede. Te gusta hacer historia de cada cosa que pasa frente a tus narices o entra en tus oídos. En tu casa, en la previa a los recitales, apilás libros y discos para una colección fatalmente incompleta. Que los sesenta, que los setenta, que esto y aquello.

Y de pronto vuelve Paul, te canta 39 canciones que conocés compás por compás, y todo el resto te parece inservible. En un instante, sacrificás sorpresa por emoción. Se te abre un paréntesis dorado en medio del tiempo de todos los días. Gris la teoría, verde la vida: siempre desconfiaste de los axiomas románticos. Y seguirás desconfiando, porque aún crees que la crítica es un noble oficio. Pero esa noche caes rendido, completamente entregado. Paul empieza con “A hard´s day night” y termina con “The end”, el final del final de Los Beatles. En el medio están los Wings – los despreciaste en su momento, ahora te parecen buenísimos -, el inventario selectivo de los Fab Four (la senda Paul de la enorme autopista Lennon-McCartney, de “Hey Jude” y “Yesterday” a “Lady Madonna y “Here, there and everywhere”), y lo mejor del último Paul solista, que quizá no sea tan bueno como el primero (“Maybe I´m amazed” y “Live and let die” podrían haber estado en Abbey Road) pero sigue siendo superior a su inconmensurable prole artística.

Un recital sin relleno, sin ripios, sin esas transiciones de rutina que sirven para distender un poco la cosa (Vamos por la hamburguesa que esta canción no me gusta). Sabés perfectamente que Paul es impiadoso cuando ataca con los recuerdos: tremenda versión de “Something”, del ukelele a la suntuosidad de una gran melodía, y extraordinaria la interpretación de “Back in the URSS”, con las guitarras de Rusty Anderson y Brian Ray sacándose chispas. Pero lo único que atinás a pensar, mientras saltás como un imberbe en «Birthday» y recordás a tu papá cuando una tarde matizó tu precoz discoteca de María Elena Walsh con «The fool on the hill», es una perogrullada, algo que millones de personas pensaron en el momento adecuado, cuando todo era nuevo: «¡Qué fondo editorial de canciones, por Dios!» Y te vas al insomnio de lo que falta de la noche, feliz como un niño que se reencuentra con sus juguetes más preciados. Los juguetes están increíblemente intactos, ni un rayón. ¡»Save us», Paul!

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