Sergio Pujol destaca su gusto por Patrick Modiano y por los cuentos de Hemingway, que releyó recientemente. Confiesa que los libros biográficos y ensayísticos de Herbert Lottman marcaron su propio trabajo.

-¿Qué libros está leyendo ahora?

-Estoy leyendo tres libros al mismo tiempo (es una forma de decir; mi talento para el multitasking es limitado): La esposa joven, de Alessandro Baricco, 33 revoluciones por minuto (Historia de la canción de protesta), de Dorian Lynskey, y Postguerra, de Tony Judt. Ahí están los tres continentes de mi mundo cultural: la novela, la música popular y la historia del siglo XX.

-¿Qué autor nuevo o clásico descubrió últimamente?

-Me gusta mucho Patrick Modiano, al que no podemos considerar del todo nuevo ni un clásico, por más Nobel merecido y otorgado. Me gusta porque su gran tema es el tiempo, y tanto la historia como la música tratan, con lenguajes diferentes, sobre lo inaprehensible del tiempo. También me interesa en Modiano el tema del pasado colaboracionista de muchos franceses. Es uno de los momentos más dramáticos de la historia moderna: los nazis entrando a París. Me interesan todos los abordajes posibles de aquel hecho -por caso, la práctica del jazz bajo la Ocupación, o lo que por entonces hacían Sartre y otros intelectuales-, y el de Modiano es fascinante, porque es elíptico.

-¿Lee más ensayos que literatura, o viceversa?

-Más ensayo. Mi trabajo es el ensayo. Un trabajo muy placentero, por supuesto. Aun así, siempre tengo alguna novelita a mano.

MODELOS

-A la hora de plantearse la escritura de biografías, ¿cuáles fueron sus modelos iniciales?

-No soy de seguir muchos modelos, en ningún orden de mi vida (Lo que no significa que no los tenga. Quizá soy un ingrato inconsciente). Pero los libros de Herbert Lottman, tanto sus biografías (Flaubert, Camus, Colette, etc.) como sus impresionantes investigaciones sobre la sociedad y la cultura parisinas del siglo XX me dejaron una marca importante. También rescato biografías musicales aisladas, de diversos autores. Por ejemplo, la que Gary Giddins escribió sobre Bing Crosby está muy bien. Greil Marcus escribió mucho sobre Bob Dylan: su libro sobre la canción «Like a rolling Stone» podría considerarse la biografía de una canción. Entre los autores argentinos, Horacio Salas escribió una biografía deliciosa de Homero Manzi. Y la de Oscar Jalil sobre Luca Prodan es muy buena.

-¿Qué elementos cree usted que debe tener una biografía lograda?

-En primer lugar, un trabajo riguroso con las fuentes. Si el libro no lo tiene, puede ser un brillante ensayo sobre un artista, músico o escritor, pero no califica de biografía. Pero eso no es todo. Siempre está el riesgo de que el biógrafo se convierta en un agente de inteligencia que sigue a su biografiado día y noche. Por ejemplo, la biografía que Peter Guralnick escribió sobre Elvis Presley es monumental, y sin duda tiene grandes momentos, pero su exhaustividad carente de una tesis principal la vuelve bastante indigesta y digresiva. Uno de los secretos de la buena biografía es saber qué cosas no se contarán, de lo contrario uno termina esperando que el biografiado se muera para poder pasar a otro libro. En ese sentido, la cuestión del estilo literario es fundamental. Finalmente, estamos hablando de un género esencialmente narrativo.

-Suele decirse que la biografía, en especial la literaria, es un género que no ha sido del todo desarrollado en español, a diferencia de lo que ocurre con la lengua inglesa o francesa. ¿Coincide?

-Estoy de acuerdo, me cuesta señalar buenas biografías escritas en español. Creo que es un problema de tradiciones culturales. Los ingleses y los franceses -quizá más los primeros- desarrollaron la biografía un poco al margen de las modas intelectuales, como una suerte de folclore nacional. Y eso se nota. Por ejemplo, no conozco en español un escritor que pueda equipararse al inglés Peter Ackroyd. No es lo que diríamos un investigador académico, viene del periodismo. Pero sus biografías -recientemente leí la que hizo de Chaplin, que no está entre sus mejores- tienen esa combinación perfecta de data, hipótesis y encanto literario.

-¿Lee en dispositivos electrónicos? ¿Lo recomienda? ¿Lo reprueba?

-Tengo el kindle de Amazon, pero duerme el sueño de los justos. Sólo lo empleo para libros extranjeros recién editados, generalmente útiles para mis propias investigaciones. Y caros y difíciles de comprar en papel. Ni lo recomiendo ni lo repruebo. Que cada cual haga su experiencia. Conmigo no funciona.

-¿Visita librerías de viejo, ferias, librerías de saldos?

-Prefiero las librerías de nuevo. Soy más historiador que anticuario. A veces visito la librería de Avila o un par que hay en Avenida Corrientes, en busca de algo en particular, pero no soy habitué ni mucho menos.

-¿Recuerda uno o más libros consagrados en cualquier género que se le resistiera y no haya podido terminar de leer?

-Ferdydurke de Gombrowicz. Creo estar capacitado para entender su calidad e importancia pero me aburrió bastante. Tal vez debería volver a intentarlo, me gusta la figura de Gombrowicz en la cultura argentina. Al Libro de Manuel de Cortázar lo leí un par de veces por obligación: ahora estoy escribiendo sobre música y política en 1973, año en que Cortázar regresó a Buenos Aires para presentarlo. Me gusta Cortázar, pero esa novela…

POESIAS Y CANCIONES

-¿Lee poesía? ¿Podría mencionar sus poetas favoritos?

-Siempre vuelvo a Raúl González Tuñón y conozco bastante la poesía de María Elena Walsh. Me gusta mucho Miguel Hernández, en parte porque lo descubrí en mi adolescencia a través de Joan Manuel Serrat. Otra lectura de adolescencia fue Aullido, de Allen Ginsberg, al que volví más tarde cuando comencé a escribir sobre historia del rock y cuestiones relacionadas. No leo mucha poesía, estoy completamente desactualizado. Sí consumo mucha letra de canción, especialmente de tango. Y a Atahualpa Yupanqui, quizás el mejor de todos.

-¿Qué otro escritor/a de cualquier época le hubiera gustado ser, ya sea por su obra o por su vida?

-Emilio Salgari. Para conocer el siglo XIX desde el punto de vista de un italiano. Y porque de niño quería ser Sandokán. O peor aún: su ayudante, Yañez de Gomera.

-¿Ha vuelto a leer de adulto alguno de esos libros que a todos nos fascinaron en la infancia?

-No, no he vuelto a los libros de mi infancia, salvo a los de María Elena Walsh cuando escribí su biografía. Sí releí recientemente a Hemingway, que me había atraído mucho en mi adolescencia y que había abandonado todos estos años. Releí algunos de sus cuentos -«La vida feliz de Francis Macomber», por ejemplo- y me encantaron. No logro entender cierta animosidad de escritores y críticos por Hemingway. Seguramente era un tipo insufrible y la imagen que construyó del escritor es harto discutible. Pero si seleccionáramos nuestras lecturas en base a simpatías personales nuestras bibliotecas serían desiertos.

-¿Lee en idiomas extranjeros? ¿Le parece necesario para apreciar mejor la obra en su lengua original, o entiende que las traducciones salvan esa distancia?

-Leo en inglés con frecuencia. Pero nunca ficción. No tengo una teoría sobre la traducción. Muchos la tienen, prefiero pasarme por alto este tema. Obviamente me molestan las malas traducciones. Es fácil descubrirlas.

-Por último, si es imposible ser escritor sin ser primero lector, ¿qué libro siente que lo convirtió a usted en escritor?

-No me considero un escritor en el sentido más literario del término. Soy un investigador de historia cultural, con especialización en música popular, que ha encontrado en la escritura de libros una estrategia narrativa para comunicar sus descubrimientos y reflexiones. En tal caso, diría que todos los libros del historiador inglés Eric Hobsbawm -quién dicho sea de paso supo ser un competente escritor de jazz- han sido importantes en mi vida intelectual. Y por supuesto también una buena cantidad de libros sobre músicas de toda clase y género. Pero si tuviera que señalar un libro de literatura que me haya conmovido al punto de desear escribir algo así, o de cambiar mi profesión de historiador por la de escritor a secas, diría Poderes terrenales, de Anthony Burgess. Es una gran novela sobre la Historia. Y todo historiador, al margen de su especialidad y sus prejuicios, es un novelista en potencia.

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