Por Sergio Pujol
Fue anunciado el George GarzoneQuintet como si se tratara de un grupo estable, pero en realidad era una formación de última hora. Es la enternecedora informalidad del jazz viajero: llega un músico extranjero a una ciudad con cierta inclinación por la música improvisada, se encuentra con amigos, ex alumnos o discípulos – también puede tratarse de gente que no vio en su vida – y ahí nomás, después de pasarse algunas partituras de una sola hoja, generalmente una ruta de navegación simplificada, arman algo parecido a una jam sesión, aunque en realidad termina siendo un concierto hecho y derecho.
Sucede permanentemente, pero no siempre de un modo tan intenso como el del viernes 23 de marzo – se repitió el 24, con dos funciones -, cuando el saxofonista tenor de Boston George Garzone subió a la tarima de Bebop Club para tocar con el pianista – también de fama internacional – Leo Genovese, el trompetista Mariano Loiácono, la joven contrabajista Belén López y el baterista Eloy Michelini. Y ahí estaba el George GarzoneQuintet, un grupo poderosísimo, que tomó como punto de partida la música del Coltrane posterior a Alovesupremey fue subiendo y bajando libremente por un camino jalonado de tradición y vanguardia.

Foto: Laura Tenembaum
Una gran obertura de cinco notas espaciadas – motivo de suspenso -, pudo dar lugar a citas de standards y a la siempre sobrecogedora “Naima” de Trane. Un meddley de baladas que empezó con “Myone and onlylove” se fue sumergiendo en tramas más oscuras. Con forma de himno, una canción dedicada a Michael Brecker – amigo de Garzone, y en cierto modo uno de sus pares más inmediatos – mostró el potencial de los unísonos de Garzone y Loiacono y la divertida – al menos por el título – “Tuttiitaliani” reveló la hondura compositiva de huésped de honor.
Garzone es un solista áspero, que explora los aspectos extremos de su instrumento, pero siempre retoma la senda de los grandes tenores que sin duda lo inspiraron. Con Joe Lovano comparte algo más que la ascendencia itálica: sonido robusto, afinación levemente oscilante, un fraseo que parece preguntarse y responderse al mismo tiempo y una impronta desafiante, de músico que puede deconstruir todo en un instante para rearmarlo a gusto cuando lo desee.En sus composiciones conviven el atonalismo con un acompañamiento armónico más “tonal”. Esa ambigüedad es su sello. Acreditado docente de Berklee durante largos años, Garzone tiene personalidad como para poner en entredicho aquellas críticas que suelen hacérsele a los métodos de la escuela de jazz más importante del mundo.
De Venado Tuerto al mundo, Genovese – que, junto a la contrabajista Esperanza Spalding, participó en Crescentde Garzone – es un pianista de un grado de originalidad bastante sorprendente en una época en la que tantos virtuosos se parecen a unos pocos. Por ejemplo, mientras la mayoría de sus colegas busca oxígeno en el modelo Evans/Jarrett, él prefiere caminar por las sendas de McCoy Tyner o incluso internarse en el mundo de los improvisadores “libres”, pero manteniendo un groove que invita a mecer la silla y marcar los tiempos con la copa. Con la estupenda Belen Lópezy el dúctil Eloy Michelini conformar una sección rítmica flamígera. Sobre ella, o interactuando con ella, Mariano Loiacono es siempre atrayente – su sonoridad y sus ideas melódicas son fantásticas -, tanto en trompeta como en flugelhorn.
Amigo del jazz argentino desde hace algunos años, Garzone se sintió en Bebop Club como Pancho por su casa. Jovial y distendido – la tensión la pone en la música -, presentó varias veces a su formidable banda. Y por una vez la cortesía del invitado se correspondió de modo cabal con las impresiones deuna audiencia que se retiró empachada de jazz.
Fotos: Laura Tenembaum