La desmesura afrofuturista de Kamasi Washington, la displicente elegancia de J.D. Allen, el rescate de una olvidada sesión de John Coltrane.
La de los oyentes de jazz debe ser la única especie del género de los melómanos bípedos que ordena sus discos por instrumentos. Una vez más, el afán de darle sentido a la biblioteca –en este caso, la discoteca– desnuda la futilidad de la mayoría de las cosas que hacemos. O la caótica inconmensurabilidad de lo imaginario narrada por Borges en su muy citado cuento “La biblioteca de Babel”. Aun así, el jazz, en tanto celebración de grandes intérpretes, se presta gustoso a la taxonomía instrumental: perdón, Borges. Veamos ahora las nuevas incorporaciones al estante “Saxofonistas”.
Kamasi Washington
Heaven and Earth
(Young Turks, 2018)
La búsqueda del nuevo Mesías en el jazz se ha vuelto un género periodístico, finalmente tan ilusorio como el orden de la discoteca. El candidato de estos días se llama Kamasi Washington. Toca el saxo tenor, compone y dirige una banda inicialmente formada por amigos de viejas correrías. Se trata de un saxofonista de gran sonido –tiene algo de Gato Barbieri-, pero su ambición artística desborda la función instrumental. Oriundo de Los Ángeles y de origen más bien humilde –su precoz biografía registra una infancia entre bandas de crack y hip hop-, Kamasi nació en 1981. Después de sesionar y hacer algunas giras con Snoop Dogg y Kendrick Lamar, hizo su debut como solista con el álbum triple Epic en 2015. Sonó entonces ¡boom!, y todos se pusieron a hablar de él. A partir de aquellos 175 minutos de jazz, funk y pop, el músico admirador de Malcolm X y John Coltrane se instaló con firmeza ya no sólo en los circuitos del jazz sino en los confines del rock.
Después del irregular Harmony Of Difference de 2017, Kamasi acaba de despacharse con un álbum doble titulado Heaven and Earth. El propio músico explica que “somos creaciones del universo, pero al mismo tiempo somos creadores de nuestro propio mundo.” En ese sentido, Earth sería el disco “exterior” y Heaven, el “interior”. Más allá de la jerga a lo Herman Hesse y las ambiciones programáticas, el primer disco suena más enfático y filoso -de hecho, se pone en marcha con “First Of Fury”, del filme de Bruce Lee-, mientras Heaven, con sus abusivos coros y frases ligadas, se presenta un poco más melodioso y lírico.
Enardecida, hipnótica, extática: la música de Kamasi Washington invita a gastar adjetivos hasta que no quede ninguno a salvo. Quizá lo más apropiado sería definirla como desmesurada en el mejor sentido del término; una música sin frenos inhibitorios, que se lanza con todo al exterior, que no teme ser pulsional ni pasar por naif en un campo un tanto especulativo como el del jazz contemporáneo, y que asimismo, con sus centelleos de free y su intensidad límite, desafía cualquier postura complaciente. Todo en Kamasi está hecho a gran escala, como si se tratara del último deseo de un megalómano. El torrente de notas obsesivas –armónicamente, Kamasi se mueve poco, siempre alrededor de las mismas secuencias– recuerdan simultáneamente a John Coltrane y a Earth, Wind and Fire. Por supuesto, no faltan los toques de Afro-futurismo, ni la sugerencia mística dirigida a sensibilidades paganas culposas, ni las citas más o menos explícitas a la música negra de los años 70. Todo esto puede empalagar, y de hecho lo hace… por momentos. La volatilidad del arte de Kamasi es notable. Te atrapa con “The Space Traveler” y te espanta en “Will You Love Me Tomorrow”, una canción de Carole King hecha aquí un mamarracho, con un coro que parece citar torpemente pasajes de Carmina Burana.
En cuanto a la lúbrica instrumentación de todo el álbum, cabe destacar el desempeño de la West Coast Get Down, con especial lucimiento del pianista Cameron Graves, la cantante Patrice Quinn y el bajista Miles Mosley. También hay una orquesta de 26 cuerdas. Y un coro mixto de 13 personas. Sobre esa especie de muro de sonido de Phil Spector en clave de jazz, Kamasi Washington enciende su saxo tenor como un arma que abre camino, aunque no sepamos muy bien hacia dónde.
J.D. Allen
Love Stone
(Savant Records, 2018)
El nuevo disco del saxofonista J.D. Allen (Detroit, 1972) parece haber sido grabado en contraposición al mega proyecto de Kamasi Washington. El único tema que apenas traspasa los 5 minutos es “Stranger in Paradise”, un clásico de aquellos. Y así es todo Love Stone. Sereno, hondo en su sonoridad de tenor educado con los discos de Dexter Gordon y aquellos campeones del ayer. Sin embargo, habituado a tocar sin piano y en una línea avant garde, aquí Allen hizo un cambio de perspectiva y material. Optó por bellas melodías en medio y lento tempo, y pasó de trío a cuarteto sumando al exquisito guitarrista Liberty Ellman y a sus viejos compinches Gregg August (contrabajo) y Rudy Royston batería). El resultado es una refinada revisión de standards, desde los célebres “Why Was I Born?”, “You´ re My Tthrill” y “Gone With The Wind”, hasta los menos escuchados “Until The Real Things Come” y “Put On a Happy Face”. La forma ceñida de las interpretaciones, la ausencia de solos en el sentido tradicional y la intimidad de ejecución de un combo tan bien integrado son aspectos que indican un posicionamiento bastante personal, aunque más no sea por su aire engañosamente vintage.
Allen no sólo tiene un hermoso sonido; su ritmo luce esa displicencia elegante que bien podríamos considerar como inherente al swing. Mientras la música de Kamasi Washington viaja al espacio exterior montada en un artefacto sonoro inmoderado, el arte de Allen se queda entre nosotros para explora los detalles de los dibujos melódicos escogidos, las duraciones de las frases y la condición dialógica del jazz.
John Coltrane
Both Directions At Once: The Lost Album
(Impulse!-Verve label Group, 2018)
Así como la búsqueda de un nuevo Mesías del jazz se ha convertido en muletilla de cierto periodismo especializado, los discos raros, perdidos o injustamente relegados funcionan como insumo de relatos revisionistas o incluso alimentan modestas hipótesis contra fácticas. Sin embargo, el hallazgo de Both Directions At Once: The Lost Album Both Directions At Once: The Lost Album no modifica en nada lo que sabíamos de John Coltrane y su gran cuarteto, más allá del solo de contrabajo con arco de Jimi Garrison –no era habitual que tocara su instrumento de ese modo-, la brillantísima improvisación de McCoy Tyner en “Untitled Original 11386 (Take 1)” o las tomas alternativas de un mismo tema.
Naturalmente, se trata de un invalorable regalo de la caótica biblioteca de Babel del jazz moderno. O mejor dicho, un regalo de la familia Coltrane a la memoria del músico más venerado por los saxofonistas contemporáneos. La historia es un tanto insólita, casi inverosímil. Nos dice que los masters originales fueron desechados y luego destruidos por Impulse Records, y que sólo sobrevivió una copia en manos de Naima, la primera mujer de Coltrane. Finalmente, el sello volvió hacerse de las cintas, en parte gracias a Ravi, el hijo de John –también él un excelente saxofonista- que supervisó la edición final. El sonido es más que aceptable, teniendo en cuenta que no fue tomado de las cintas madre. Más que de un disco perdido, se trataría entonces de un disco demasiado bien guardado. Una linda historia.
Lo cierto es que tenemos aquí a Coltrane (tenor y soprano) y su cuarteto en una tarde de marzo de 1963, sólo una tarde. Ya asentados como grupo, con toda su fiereza y tremendo empuje, Coltrane, McTyner, Garrison y Jones también se permitieron algunos momentos de swing distendido que los acercó un poco a Sony Rollins (quién, dicho sea de paso, escribió las liner notes del viejo/nuevo disco), como esas dos tomas de “Vilia”, tema basado en “Vilja Song” de La viuda alegre de Franz Lehár. Es como si Coltrane hubiera regresado para agregar algunas cosas que había olvidado decir.
Las tomas de “Impressions” invitan al juego de comparaciones, la inclusión de “Nature Boy” fue sin duda un hallazgo y “One Up, One Down» es, sí, una rareza, ya que el tema se conocía en registros de vivo pero no de estudio. Esto último no es un dato menor, toda vez que el otro protagonista de este disco, casi un quinto integrante, fue el técnico y productor de New Jersey Rudy Van Gelder, el hombre al que le debemos la captura de tantas horas de felicidad de los años 50 y 60. Plenamente consciente del valor artístico de lo que tenía entre manos, Van Gelder tuvo el recaudo de hacer esa segunda copia que hoy disfrutamos son sorpresa. Thanks, Rudy.
SERGIO PUJOL
Sergio Pujol es historiador y ensayista. Sus libros, artículos y programas de radio pueden consultarse en el sitio web sergiopujol.com.ar