En Paul McCartney. La biografía, Philip Norman captura lo viejo y lo nuevo que hicieron de este descendiente de irlandeses una figura crucial en la música.

Me cuestionan que leo un nuevo libro sobre Los Beatles cada año desde hace muchos años. “¿No te aburrís? ¿Acaso dicen cosas nuevas?” Es verdad, no quedan escondites inexplorados en el mundo Beatle, pero cada vuelta literaria recrea, como en un teatro imaginario, eso que sabíamos y habíamos empezado a olvidar. Y eventualmente se agregan algunos detalles antes inadvertidos, movimientos por fuera del centro del campo visual. Hay que entender que la historia del pop más bella jamás contada pertenece tanto al territorio de las creencias como al de la historia cultural. No importa cuánto sabemos o desconocemos de Los Beatles. Son aquí las perspectivas que encuadran el relato lo que finalmente importa. Los puntos de vista, las voces diferentes. Cada evangelio lo cuenta a su manera.

En ese sentido, podría decirse que Philip Norman ha sabido contar la misma historia tres veces sin aburrir a sus lectores. A comienzos de los 80, cuando nuestra biblioteca Beatle recién empezaba a poblarse, publicó Shout!, aquella biografía no oficial del grupo que, con sus falencias y su desproporcionada ponderación de Lennon – llegó a sostener que John había sido las ¾ partes del grupo -, reconstruyó con gran vivacidad el swinging London y los demás tópicos. Más tarde, a partir de un acercamiento clave a Yoko Ono, Norman escribió la vida de Lennon, rebatiendo la insidiosa diatriba del muy odiado y exitoso Albert Goldman. Y ahora, no sin despertar cierta sorpresa en la comunidad de fans y curiosos, se despacha con el colosal Paul McCartney. La biografía (traducción de Eduardo Hojman, Malpaso, Barcelona, 2018, 798 pp). Curiosamente, fue el propio biografiado quién, sin llegar a colaborar directamente, lo alentó a llevar a cabo la tarea. Un ejemplo más del talento táctico de Maca.

Nacido entonces de la culpa por haber maltratado al Mozart de nuestro tiempo – francamente es por lo menos raro que un experto en la historia del pop británico haya caído en una polarización tan absurda, y permanecido en ella por tanto tiempo-, Norman ha escrito un libro muy atrayente, virtuoso en su polifonía temática – la persona, la obra y la sociedad, todo eso  enlazado con equilibrio – y de una minuciosidad que busca rebatir, aunque rara vez lo logra realmente, la sospecha de que todas las noticias de la historia Beatle ya fueron reveladas.

Donde sin duda Norman pisa fuerte es en el largo período post-Beatles de Maca. La intensidad de la época Beatle produjo un efecto paradójico. Cuando concluyó, el duelo fue vivido por sus principales protagonistas de maneras diferentes. Mientras para George significó la posibilidad de afirmación personal y para Ringo un provechoso tesoro de memoria individual y colectiva, aquel final terminó condenando a Lennon y a Mc Cartney a vivir el resto de sus vidas como si fueran largas codas a una edad dorada. En el caso de John, que había abierto la era post-Beatle de modo inmejorable, la locura de un fan descontento aceleró el desenlace. Para Paul, en cambio, el vínculo con su propio mito fue, al mismo tiempo, un problema y un desafío. Norman logra volver interesante la parte menos interesante de esta historia en la medida que le permite sumergirse en la personalidad de su biografiado. Emerge así un McCartney menos monolítico, que lleva a cuestas incertidumbres y agitaciones, no siempre exitoso en preservar su vida privada y mostrarse como el hombre más confiado del mundo. Por ejemplo, el relato de los días de encarcelamiento en Japón por tenencia de droga o de los sucesivos cambios de personal en Wings, un grupo que tardó al menos un par de años en dar su gran disco Band on the run –las vicisitudes de la grabación en Nigeria, donde al principio la estrella pop local Fela Kuti se le puso en contra, están bien pormenorizadas– muestran a un biógrafo perspicaz y laborioso, que salió a entrevistar a testigos hasta el momento poco o nada consultados y que, revisando autocríticamente muchas de las cosas que había escrito en otros tiempos, logró hilar las sucesivas vidas de Paul a partir de ciertas invariantes de su personalidad.

Sin abusar de la explicación psicológica, Norman encuentra en la infancia de McCartney, con la muerte temprana de su madre y el rol omnipresente de Jim el Caballero – ese padre ejemplar y encantador, que supo transmitirles a sus hijos Paul y Michael la alegría de una música vivaz y confiada-, la clave explicativa de cómo su personaje (finalmente, toda biografía narra a un personaje) logró superar situaciones críticas. En contraposición a John, que padeció toda su vida el síndrome del abandono paterno, Paul construyó buena parte de su obra celebrando a su padre. Lo hizo explícitamente en “You gave me the answer”, del disco Venus and Mars, pero también en otros momentos en los que el ex director de la Jim Mc Jazz Band brillaba como un sol sobre los figurines de aquella Banda de Corazones Solitarios que cambió el curso de la música y quizá también de la cultura moderna. No deja de haber una ironía en todo esto: la generación parricida tuvo entre sus principales faros culturales a un autor y compositor que adoraba a su papá.

Pero el McCartney de Norman es también experimentador y vanguardista. Después de una primera época de claro predominio de Lennon- digamos, hasta Help! -, al promediar los años 60 la música de Los Beatles dio un giro artístico decisivo. Sabíamos de la importancia que Paul había tenido en ese clivaje. De hecho, el libro de Barry Miles Many years from now documentó abundantemente las correrías de Maca en el underground londinense, su involucramiento en la galería de arte y librería Indica y su financiamiento de la revista International Times. En todo caso, lo que hace Norman hábilmente es ensayar una explicación más amplia de la maduración artística de esa deidad de cuatro cabezas a partir de las iniciativas de McCartney.

Si en Shout! había centrado toda la atención en los grandes temas de Lennon de 1966/1967 – “Tomorrow never knows”, “Strawverry fields for ever”, Lucy in the sky with diamonds” y la colaborativa “A day in the life” -, aquí Norman prefiere remarcar el papel de introductor en la psicodelia de Paul, al asegurar que Lennon llegó al libro The Psychedelic Experience de  Timothy Leary  gracias a su viejo amigo del número 20 de Forthlin Road. Y lo mismo habría sucedido con los bucles sonoros de las cintas magnetofónicas, la incorporación de música concreta, los guiños a John Cage y Luigo Nono y las incursiones en la música clásica. Lo único en lo que Paul no parece haber sido pionero es en la experimentación con LSD.

Pero el relato compensatorio no siempre es convincente (después de todo, las grandes canciones de John antes mencionadas fueron posiblemente las grandes canciones de Los Beatles de todos los tiempos), si bien ayuda a entender los vericuetos de esa amistad/rivalidad que el mismísimo William Burroughs definió como “mente grupal”. A varios años de la muerte de John, Paul sigue explicándonos, si bien ahora más relajadamente, que su amigo no hubiera llegado a los altos niveles de experimentación artística sin su ayuda. O mejor dicho: sin su temperamento innovador.

Sonriente y ligero, siempre escondido en una actitud de cordialidad invencible, McCartney fue y es un personaje más complejo e inescrutable de lo que se creyó. Creativo en un grado superlativo, seductor como ningún otro, sus fracasos fueron también estruendosos. Se acumularon muchas canciones tontas, sus aventuras cinematográficas posteriores a Richard Lester fueron penosas, su insistencia en sumar a Linda –Norman explora aspectos poco conocidos de una mujer que supimos desdeñar y por la que el ex Beatle moría de amor- a Wings y el insustancial Liverpool Oratorio con el que quiso rendir tributo a su ciudad son elementos que revelan cierta testarudez autoindulgente.

Sociable y siempre dispuesto a interactuar con gente de talento, su alianza con George Martin fue casi tan decisiva, y lógicamente menos traumática, que la que selló con Lennon aquella tarde de 1957 cuando se conocieron en la feria al aire libre de la parroquia de Woolton, St. Peter´s. Pero McCartney también ha sido caprichoso y tiránico en su vida privada: en una oportunidad hizo traer a su mansión/granja de Peasmarsh una pizza desde Nueva York en un avión Concorde y otra vez obligó a un piloto de helicóptero a trasladarlo a Londres bajo un espeso manto de niebla, transgrediendo todas las normas de seguridad. No obstante habérselo presentado a Lennon, Paul maltrató a Harrison en las sesiones de Abbey Road. Antes había ninguneado a Ringo en el Álbum Blanco y no había tenido reparos en buscarle un reemplazante a Martin para los arreglos de “She´s leaving home”. En 1990, después de escuchar a Carl Davis decirle por lo bajo a un integrante de la Filarmónica de Liverpool que la música para el oratorio a Liverpool no presentaba ninguna dificultad técnica, quiso dirigir él mismo los ensayos, acaso como gesto de rebelión plebeya frente a la “alta cultura”.

Norman nos cuenta en detalle las principales colaboraciones del creador de “Yesterday”, “Eleanor Rigby”, “For no one” y “Hey Jude” después de la separación de Los Beatles: con Stevie Wonder y Michael Jackson, pero especialmente con el que mejor rapport tuvo: Elvis Costello. Sin embargo, después de avanzar en un álbum en común –Paul llegaría a decir que nunca había trabajo con alguien así desde los primeros tiempos de la dupla Lennon/McCartney- finalmente todo se redujo a un tema en común. Competitivo, encantador, inseguro… Genial, por sobre todas cosas. Sus aspectos negativos son nimiedades frente a la productividad de su talento. El McCartney de Norman sale triunfante del examen biográfico, y del de todos nosotros también.

Lennon en New York. George y sus viajes inspiradores a la India. Ringo, ciudadano del mundo. Y Paul siempre cerca de Liverpool y el Merseyside, rondando los mismos ambientes donde crecieron, se conocieron y trabajaron sus padres, allí donde las bandas de metales alegraban los domingos en las plazas, los grupos de skiffle entretenían a jóvenes sedientos de música norteamericana y The Cavern empezaba a dejar de ser un club de jazz para convertirse en una infame cueva de rock and roll. Finalmente, el optimista melodioso, el compositor de canciones exultantes, el verdadero fundador del Pop como categoría artística, nunca salió del todo de su barrio proletario –Norman describe muy bien el lugar del pop en los consumos de la clase trabajadora inglesa de los años 50/60-, al punto de molestarle los giros neoyorquinos que Lennon había adoptado en el último tramo de su vida. Para Paul, todo cambiaba para terminar siempre en el mismo lugar: “Penny Lane está en mis oídos y en mis ojos”.

Profundo conocedor de las particularidades regionales y los localismos de Liverpool y otras ciudades del norte de Inglaterra, Philip Norman logró captar y transmitir en su biografía todo lo viejo y todo lo nuevo que hicieron de un joven descendiente de irlandeses una figura crucial en la música del siglo XX. Paul y John escribieron en “Two of us”: “Tú y yo tenemos recuerdos más largos/ que el camino que se extiende hacia adelante.”

Share This