Sergio Pujol

Lois Blue (Lucía Bolognini Míguez) no sólo fue una cantante singular en cualquier lugar y tiempo, sino también the first lady of jazz de la Argentina, y posiblemente también lo haya sido de toda América Latina (Lo escribo en inglés – the first lady of jazz– porque a ella le hubiera gustado así; en su época nadie hablaba de jazz argentino; sí de intérpretes argentinos de jazz). Que su última voluntad haya sido que esparcieran sus cenizas sobre Harlem es un dato que no requiere de mayores explicaciones.

Que se reedite un disco de jazz argentino es de por sí un acontecimiento. Sólo pensemos que la mayor parte de las grabaciones de jazz que se hicieron en el paísantes de los años 60 jamás fueron reeditadas en soporte alguno. Algunas se encuentran en el almacén libre deyoutube, por gentileza de los coleccionistas, una secta que se ha vuelto más generosa al fragor del efecto democratizador de internet. Por ejemplo, de Mono Villegas, un coetáneo y amigo de Lois- se iniciaron prácticamente juntos -, sólo conocemos más o menos bien lo que grabó en Trova cuando regresó de los Estados Unidos; afortunadamente, casi todo aquello hoy está disponible en CDs y obviamente en las plataformas virtuales a las que todos accedemos. Pero con Lois Blue sucedió algo más grave: ella grabó muy poco aún en tiempos del disco de 78 revoluciones, cuando reinaban la típica y la jazz.Cantó en varias emisoras de radio en los años 30 y 40. Los salones de baile y clubes nocturnos no tenían secretos para ella. Pero la situación discográfica le fue esquiva. En su libro sobre las ladycrooners argentinas, el investigador y periodista Edgardo Carrizo incluyó las fichas técnicas de 18 temas con la voz de Lois; el primero,“Rockingchair”, de 1937, con la orquesta de Sánchez Reynoso, y el último, “Luna rosa”, de 1953, con Roger Santander. En el medio, las grabaciones con la orquesta de Héctor, su trabajo más estable, sin duda, con algunas perlas como la versión del bolero “Eclipse” o “Paducah”.

Más tarde, ya en la era del LP, Lois grabó sólo un disco, el que hoy podemos disfrutar ampliado con unos hermosos bonus tracks en vivo. Cabe decir que en la grabación en estudio Lois estuvo acompañada por un cuarteto de ensueño, y en ese sentido poder escuchar a Jorge Anders (saxo tenor y clarinete), Santiago Giacobbe (piano), Jorge Negro González(contrabajo) y Néstor Astarita (batería) interactuando con ella es fuente de placer impagable. O mejor dicho, a ella interactuando con los músicos, ya que, según recuerda Néstor Astarita, primero se grabó la base del grupo y sobre ella puso la voz Lois. Pero más allá del modo o metodología empleado para grabar, aquellas fueron, en términos musicales, las condiciones perfectas. Las que ella siempre buscó y no siempre encontró.

Tengo algunos recuerdos de Lois Blue en vivo y en directo, más allá del magnífico disco que, merced a Leopoldo Deza, Lois Blue y LittoNebbia, hemos recuperado. Mi primer recuerdo fue el de una noche en Jazz & Pop. Creo que en aquella oportunidad la actuación de Lois precedía a una de esasjamsessions que organizaban Jorge González y Néstor Astarita.Recordemos que eran tiempos de dictadura, las noches eran más oscuras que nunca y meterse en un boliche a escuchar música en vivo era una necesidad casi física, lade poder respirar un poco de libertad. Yo tenía apenas 20 años, y lógicamente estaba más enterado de lo que sucedía en el rock, el soul y el blues que en el jazz. Lo primer que me impresionó de Loisfue su aspecto. Exhibía sus piernas hermosas, su rostro escondía la edad con eficacia y tenía un perfil de mujer fatal de la serie noir, unas de esas damiselas que caían al atardecer en la oficia de Philip Marlowe con algún pedido extraño. Ya había participado como cantante en seis películas – la mejor, Días de odio, dirigida por Leopoldo Torre Nilsson-, dato que yo desconocía completamente. Tampoco tenía información de sus encuentros con CabCalloway, Louis Armstrong y Duke Ellington en Buenos Aires.

Y entonces Lois empezó a cantar. De entrada, me sorprendió que elogiara a mi ídolo Ray Charles – eso mismo se puede apreciar en un momento del concierto en vivo que también incluye este CD – y que, sin sacar los pies del plato del jazz, tuviera una visión amplia y matizada de la música afroamericana. Luego me impresionó que, sin ser una gran pianista (incluso tenía dificultades para transportar la tonalidad), fuera capaz de acompañarse con los acordes justos, algún dibujo de blue notes en la mano derecha y una serie de breaks exactos y llenos de swing. Sabía perfectamente qué hacer con su registro de mezzo soprano, su timbre absolutamente encantador – con algo de Anita O Day, tal vez – que ella utilizaba con gran plasticidad. Rítmicamente, cantaba con un cierto arrastre canyengue que, como decía Oscar Alemán, es también un rasgo del blues y el jazz.

Lois te tenía en vilo cuando cantaba, la seguías con atención, te volvía cautivo de su don para la sorpresa. Le gustaba el scat, obviamente – era una marca de época y un modo de acreditar cualidades netamente jazzísticas -, y como buena maestra de swing se adelantaba o demoraba una décima de segundo respecto al tempo para terminar siempre en el lugar y del modo exactos, con distinción. Además, se sabía de memoria un repertorio clásico del jazz que alternaba con piezas olvidadas. El hecho de que, ya por entonces, tuviera un historial artístico de casi 40 años la volvía más sabia y experta que cualquier otro músico que en 1978 o 1979 pisara Jazz & Pop. Como su inglés era perfecto, cuando cantaba te transportaba a un club de jazz internacional o al lobby de algún gran hotel de Los Angeles, París o Singapur.O al Alvear Palace Hotel, donde había cantado de muy joven con el pianista Adolfo Ortiz. En aquellos añoshabía pocas cantantes de jazz que no fueran norteamericanas. Ella fue realmente fue una adelantada. Como lo fue Blackie, pero de un modo diferente. Podríamos decir que Blackie nos enseñó lo que era la música afroamericana, y Lois nos deleitó con esa música.

Pasaron los años, y un día me llamó por teléfono a mi casa. Yo no lo podía creer. Me llamó desde San Francisco, poco antes de su mudanza a Nueva York. Me agradeció que le hubiera dedicado algunas líneas en mi libro Jazz al sur y ahí nomás, sin que yo pudiera meter mucho bocadillo – Lois imponía su voz en toda circunstancia –, empezó a cantar a capella, y a explicarme las diferencias entre cantantes célebres. Recuerdo que me confió algunos reparos que tenía con Ella Fitzgerald, cosa que me sorprendió muchísimo. Por supuesto, reconoció que era una gran cantante (de hecho, cuando se lo proponía, la imitaba muy bien), pero que sus scats e improvisaciones estaban muy ensayadas y que ella, Lois Blue,¡lo hacía mejor! Entendámonos: se puso por encima de la mayor cantante de la historia del jazz, y sin embargo lo dijo de un modo tan encantador y persuasivo que estuve a punto de creerle.

Desde aquella vez, supo llamarme por teléfono con cierta regularidad, para charlar y cantar. Sí, para cantar. Algunos compases, a veces chasqueando los dedos a 10 mil kms de la Argentina. Hasta que un día le propuse que cantara para el programa Influencias, desde un piano que había en el club u hotel donde ella trabajaba o se alojaba, nunca entendí muy bien. Y así fue; cantó durante diez minutos, con la bocina del teléfono sobre el atril del piano. Del otro lado, nosotros no lo podíamos creer. El audio era malo, por supuesto. Pero, ¿a quién le importaba el audio? La voz de Lois atravesaba cualquier escollo, cualquier tormenta, quizá porque ella misma era una tormenta y no era posible igualarla ni enfrentarla. Pero tampoco era una intérprete siempresexy y aguerrida. Sabía cantar con suavidad y ternura, aniñarse o avejentarse todas las veces que las canciones se lo pidieran.

Aquello no se grabó; o si se grabó, nunca encontré la cinta. Lo lamenté durante varios años, pero ahoraque Lois Blue es tan historia como leyenda, no me parece tan malo que aquellos momentos se hayan ido con el viento. Porque finalmente ella nunca cantó para la posteridad; lo hizo en presente absoluto, festejando estar viva y poder contarlo en tiempo y espacio reales. Había allí toda una lección de jazz, del valor de lo irrepetible, de la interpretación en un sentido no escolástico. Por eso podía cantar una y otra vez “I gotrhythm”, “Butnotfor me” o el conmovedor “St. James Infirmary Blues” como si fueran estrenos. Sola o acompañada. Podían ponerle una gran orquesta detrás, como cuando cantó con Héctor, o el espléndido cuarteto de jazz moderno del disco de 1972. O dejarla sola con su piano, frente al público de un club de jazz, los huéspedes de un hotel o la hermana de Duke Ellington, de la que se hizo medio amiga al final de su vida. En cualquier circunstancia, ella cantaba como la primera y última vez.

Con esto último no quiero decir que sea inútil tenerla guardada en un disco compacto. Porque, en realidad, ella no está guardada. Su voz suenaa libertad,porque fue una mujer empecinada en ser libre.  En todo caso, lo que disfrutamosde esta hermosa y justiciera edición discográficaes un momento robado al tiempo, como el título de aquel tema de Oliver Nelson. Uno de aquellos tantos momentos en los que Lucía Bolognini Míguez se volvía Lois Blue.

Lois Blue, Tanta hormona irrepetible, Melopea Discos, 2018.

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