El escritor e historiador presenta su nueva obra «El año de Artaud» donde enlaza el momento histórico de nuestro país con los ribetes de un disco esencial del rock.

Con los ecos de uno de los mejores álbumes del rock argentino, el historiador Sergio Pujol reconstruye en su último libro, «El año de Artaud», lo que significó 1973 para la acción política y la música progresiva a partir de un diálogo que tiene como trasfondo los ideales revolucionarios de toda una generación, abrevados con lucidez en «Artaud», el disco de Pescado Rabioso, que lideraba un joven Luis Alberto Spinetta.

Entre la crónica, el paisaje histórico, la música y la poesía, Pujol insiste en «El año de Artaud. Rock y política en 1973» (Planeta) -como ya lo hizo en los libros «La década rebelde» y «Rock y dictadura»- que no hay música aislada de su contexto de producción, por lo que el rock puede leerse como «expresión social de una época».

En 1973, que condensó el fin de la proscripción, el regreso del peronismo y la «juventud maravillosa» como llamó Perón a los jóvenes militantes, el rock argentino denotaba su crecimiento y «Artaud» salía a la luz con nueve canciones que marcaron el devenir del género, con temas ineludibles como «Bajan» y «Todas las hojas son del viento».

– Télam: ¿Cómo trabajaste este ensayo?
– Sergio Pujol: 1973 es un año sobrecargado de interpretaciones y preconceptos, a menudo utilizados como muletillas en los discursos políticos. La investigación me permitió, desde la perspectiva de la historia cultural, adentrarme en la complejidad de aquel tiempo desprendiéndome de las miradas anticipatorias del pasado. En el libro las cosas suceden mes a mes de manera un tanto imprevisible, nada está escrito de antemano, como si el narrador estuviera inmenso en aquel año, si bien desde un lugar bastante particular: la cabeza de Spinetta, un joven de 23 años que ya era el músico más importante de un género emergente, el rock nacional.

– T: ¿Qué potencia tuvo la juventud de ese año?
– S.P.: La juventud era el tópico, tanto en la acción como en las representaciones culturales. Los medios masivos publicaban notas al estilo «¿Qué piensan hoy los jóvenes?» pero al mismo tiempo se libraba una lucha sorda: los rechazos al rock y los temores que su práctica despertaba no habían cedido. Al contrario, ahora se veía bajo la luz de un estado generalizado de rebelión. La juventud tuvo un rol protagónico en lo político y lo cultural, pero el resabio conservador y reaccionario enquistado en la sociedad también creó las condiciones de la tragedia que pronto llegaría.

– T: Un artista proyecta su creación desde un contexto y cuando lo trasciende sigue vigente, ¿cómo se vincula con el rock como expresión social?
– S.P.: Que en el 73 el rock fuera una expresión interpelante y al mismo tiempo relativamente minoritaria es un buen ejemplo de que lo contemporáneo no debe entenderse como lo actual, como dice el filósofo Boris Groys, sino como aquello que está con el tiempo. Yo podría haber escrito «El año de Roberto Carlos», por citar un intérprete más convocante que todos los de rock juntos, pero si el signo del 73 fue su ánimo general de cambio, su expectativa revolucionaria y la idea de un corte o bisagra histórica, lo verdaderamente «contemporáneo» fue el rock.

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