El germen de los Jazz Messengers fue una serie de presentaciones en el Birdland de Manhattan en 1954, junto al pianista Horace Silver y el trompetista Kenny Dorham. Parte de los audios conservados de aquel año y de los siguientes han sido insumo de experimentos de mash up (se recuerda el que hizo el grupo inglés de acid jazz US3). Era un gran momento para la música improvisada, y Blakey captó como pocos el clima de época, a la vez que vislumbró el futuro inmediato de una generación brillante de trompetistas, saxofonistas y pianistas. Luego sus Jazz Messengers atravesaron épocas sin perder sus bríos, si bien ignorando los ismos de los 60 y 70. Con Art Blakey la palabra mainstream dejó ser sinónimo de conformismo.

A fines de los años 80 surgió la generación de los llamados “jóvenes leones”. Una suerte de neoclasicismo se propuso barrer con el jazz- rock y la fusión. En ese contexto, los discos de los Jazz Messengers –especialmente aquellos registrados por Blue Note, Riverside e Impulse!– se volvieron piezas de culto. Los solos de sus sucesivos miembros fueron estudiados y copiados. La poderosa marcación de su líder, reproducida con admiración. Sólo se renovó –hasta cierto punto– el lenguaje armónico. Esta suerte de restauración de un jazz que había sido moderno y ahora era clásico fue muy productiva en sus resultados, pero dejó abiertas las puertas a una polémica que aun no acalló del todo. Si durante la juventud de Blakey el jazz “tradicional” era el que tocaba Armstrong, en el pandémico 2020 la tradición –eso que siempre se está reinventando– nos llama desde discos como Just Coolin’.