Obviada en otras obras, la crítica musical aparece en Charly García, 1983 (Acerca de Clics Modernos) y Charly y la Máquina de Hacer Música.
De Luis Alberto Spinetta, Charly García y Los Redondos se han escrito más libros que del resto de los músicos de rock argentino juntos. Las razones de esta desproporción son varias, pero seguramente diferentes en cada caso. Patricio Rey ha resultado atrayente por su elipsis sociológica: del under platense a la masividad desclasada. De Spinetta han interesado principalmente su relación poética con determinadas líneas del pensamiento contemporáneo y su ética artística. Respecto a Charly, el panorama bibliográfico es bastante variado, con buenos aportes biográficos, desde el exhaustivo Esta noche toca Charly de Roque Di Pietro al inspirado Entre lujurias y represión de Mariano del Mazo.
Curiosamente, lo que en la bibliografía sobre estos íconos ha estado ausente, o al menor con presencia retaceada, son la crítica literaria y la musicología. Con la reciente aparición de Charly García, 1983 (Acerca de Clics Modernos) de Oscar Conde (Unipe Editorial Universitaria, Buenos Aires, 2020) y Charly y la Máquina de Hacer Música de Diego Madoery (Gourmet Musical, Buenos Aires, 2021) empieza a cubrirse esa vacancia. En un caso, examinando las letras de un disco clave del corpus de García. En el otro, analizando el estilo musical de quién ocupa un lugar notable en el arte de la canción argentina.
Punto de vista literario
Antes de adentrarse en las páginas del nuevo libro de Conde, uno podría preguntarse: ¿Qué más se puede decir de Clics modernos y su hacedor? ¿Qué puede agregarse sobre ese disco epitome de la modernidad pop argentina, con su caja de ritmo Roland y la influencia filtrada de The Clash y The Police? Icónico al grado máximo, su creador redescubriendo Nueva York con el productor Joe Blaney y esa invitación al baile ya despojada de la dudosa fama con la que los primeros cristianos del rock la habían rechazado circulan como marcas fuertes en la historia cultural argentina.
Con la experticia que lo caracteriza a la hora de revisar poéticas lírico-musicales (lo ha hecho eruditamente con el tango y con el primer corpus del rock rioplatense), Conde sitúa el álbum en cuestión en el punto de cruce entre una época (aquel 1983, annus mirabilis de los argentinos) y una biografía artística iniciada diez años antes con la salida de Vida de Sui Generis. Tras advertir que toda canción es un artefacto de complejidad multi-semiológica, Conde despliega un cautivante ensayo de análisis literario, historia musical y contexto histórico-político, todo en uno, pero no mezclado sino articulado.

El libro está dividido en cuatro partes o secciones: “Antes de Clics Modernos”, “Coordenadas”, Clics Modernos” y Después de Clics Modernos”. Por momentos, el lector cree estar leyendo algo más que el análisis micro que anuncia el título. En términos editoriales, esto último podría entenderse como una objeción: el autor escribió más de lo que se le pidió; o más de lo que supone esta bellísima colección “Autor/fecha”. Pero no hay deserción del tema. Conde sitúa Clics modernos en la confluencia entre tiempo y espacio que el historiador del arte Ernst Gombrich llamó “el hilo y la trama”. En el caso de Charly García, esto resulta imprescindible, porque hay rasgos de su estilo poético y musical que se mantienen a lo largo de su vida, pero, al mismo tiempo, esos rasgos se encuentran adaptarlos o aplicados a cada momento de la línea de tiempo de su obra completa. Por ejemplo, en “Plateado sobre plateado” u “Ojos de video-tape” reconocemos temas de Charly que vienen de su pasado. Al mismo tiempo, estas canciones son exquisitos documentos de época; allí están el hilo y la trama.
En el oficio de pesquisar huellas extemporáneas, Conde no tiene rivales. En “Antes de Clics modernos” relaciona “Blues del levante” con el Arte de amar de Ovidio y “El tuerto y los ciegos” con el mito de Casandra, que se prolonga parcialmente en “Chipi Chipi”. A propósito de “Mr Jones o Pequeña Semblanza de una Familia Tipo Americana”, Conde nos recuerda el Mr Jones de Dylan, a su vez retomado por John Lennon en “Yer blues”. Al referirse a “Noche de perros”, nos retrotrae a la letra del tango “Garúa” mientras encuentra en “Viernes 3 AM” ecos de “Tres esperanzas” de Discépolo.
Al cabo de un recorrido entre Sui Generis y Serú Girán – La Máquina de Hacer Pájaro en el medio -, Conde focaliza la mirada en el período solista de 1982/1983, con esos grandes discos que son Yendo de la cama al living y Clics modernos. De este último, una verdadera colección de temas: “Nos siguen pegando abajo”, “No soy un extraño”, “Dos cero uno (transas)”, “Nuevos trapos”, “Bancate ese defecto”, “No me dejan salir”, “Los dinosaurios”, “Plateado sobre Plateado (Huellas en el mar)” y “Ojos de Video Tape”. ¿Son estas las mejores canciones de Charly? Toda respuesta será dubitativa. Sin embargo, Clics modernos es posiblemente su mejor disco. ¿Cómo se explica esto? La lectura del libro de Conde nos ayuda a entender la singularidad del álbum como punto de clivaje en la producción de García, pero también como emergente de una coyuntura. En “Dos cero uno” Charly ironiza sobre cantores de protesta y posturas de intransigencia anti-mercantilistas de los años 70… ¿No era ese uno de los temas que debatíamos en los años 80, tiempo de más yuppies que hippies y de crisis del progresismo que decantaría en los tremendos 90? Conde observa, sin embargo, que reírse de los cantores de protesta no significa renunciar a la protesta.
Punto de vista musical
En materia de rock argentino, la vacancia de análisis musical ha sido aún mayor a la de análisis literario. Claramente. Este dato tan fácil de constatar coloca el libro de Diego Madoery – en rigor, una tesis doctoral – es un sitio de excepción. Formado en composición y dirección orquestal y con vasta trayectoria docente principalmente centrada en el folclore – en ese sentido, podría decirse que el folclore es a Madoery lo que el tango a Conde -, Diego viajó por el estilo musical de Charly entre 1972 y 1996; digamos: entre Sui Generis y Say No more. Es un recorte razonable. Poco hay del Charly músico por fuera de esos increíblemente pródigos 24 años de discografía. Partiendo de la idea de que una canción es la reunión de tres sistemas independientes pero solapados (música, texto y canción), el musicólogo centra su análisis en el primer sistema, acaso en la certeza de que por más agudas e idiosincrásicas que sean las letras de Charly, ha sido la música lo que traccionó sus canciones de un modo impar.
Forma, armonía, melodía y ritmo: ¿cómo operó Charly sobre esos parámetros para definir un estilo musical que, como el literario analizado por Conde, presenta elementos estructurales y transformaciones a través de los años? Reconociendo entre sus modelos de análisis los utilizados por Walter Everett en su libro Los Beatles como músicos, Madoery rastrea con pericia técnica las figuras rítmicas y melódicas, las cadencias y los enlaces armónicos más usuales, la aplicación de síncopas y acentuaciones rítmicas, los tempi más frecuentes, las formas regulares empleadas, etc. También examina las diferentes texturas y lo que ingeniosamente llama “índice rock”.
La mayor parte de las transcripciones fueron hechas por el propio autor a partir de la escucha de los discos – el ordenamiento analítico de los álbumes es especialmente interesante -, algo que habla tanto del buen entrenamiento musical de Madoery como del desinterés académico que precedió a su contribución. A partir de cuadros estadísticos el musicólogo va estableciendo las constantes de un estilo y la serie derivada de subestilos. He aquí la música como un pensamiento signado por modificaciones melódico- armónicas importantes, pero siempre dadas sobre una base o matriz en la que conviven la educación extra-rockera de la infancia y adolescencia con una insobornable identidad rockera.

En este último punto Madoery esclarece un tema anteriormente abordado por los críticos y periodistas de modo más intuitivo: la supuesta deuda de Charly con su formación clásico-romántica esencialmente pianística. El asunto ha estado tironeado entre quienes desdeñan esta influencia por considerarla insuficiente – un viejo prejuicio contra los conservatorios de barrio – y los que han visto en aquellas clases de piano un capital simbólico clave, el diferencial de García que habría irritado a Pappo y a varios más. La investigación de Madoery demuestra que las canciones de Charly presentan una direccionalidad armónica que las distancian de los comportamientos más típicamente “rockeros” tendientes a la reiteración. Pero, ¿no sucede lo mismo con muchas canciones de Los Beatles, los ídolos incuestionables de Charly? En otras palabras, la variedad de recursos del creador de Inconsciente colectivo es singular pero no excepcional dentro del rock como género musical de compleja definición.
Charly García y la Máquina de Hacer Música es un libro dirigido especialmente a músicos y musicólogos, pero quienes al menos alguna vez, mientras rasgueaban la guitarra con una armonía “de práctica común”, se preguntaron por qué esas canciones favoritas iban por esos caminos y no por otros seguramente encontrarán respuestas satisfactorias en este enorme trabajo con el que Diego Madoery le ha declarado su amor a Charly García.