Otro adiós a Palo Pandolfo. El enamorado que espera, según Barthes, no tiene sentido de las proporciones, como en su canción fetiche, “Ella vendrá”.

En su curioso y muy celebrado Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes reflexiona sobre la angustia que domina toda espera amorosa. El enamorado que espera, anota Barthes, no tiene sentido de las proporciones. Para él, esperar a una persona o una llamada telefónica es más o menos lo mismo; ambas situaciones causan una sensación angustiante que sólo cesará con la llegada – la llamada – del ser amado. A su vez, el entorno del que espera está siempre aquejado de irrealidad, una escenografía de cartón piedra. El ejemplo del sujeto que aguarda a otro en un bar – algo tan porteño como francés -, mientras a su alrededor se vuelve un tanto fantasmagórico, es quizá el más elocuente de los varios que encuentra Barthes. “La identidad fatal del enamorado”, concluye el teórico francés, “no es otra más que esta: yo soy el que espera.”

Son incontables las canciones argentinas que, de modo central o elusivo, tratan el tópico de la espera. Cabe recordar aquí que tango canción nació con una imagen de abandono, la imagen del amurado. Allí el amante sueña con el improbable regreso de su amada. La espera se funda en una ilusión. En “Mi noche triste”, Pascual Contursi sitúa a los argentinos frente a una situación de espera casi platónica, arquetípica. De ahí en adelante, “Soledad”, de Gardel y Le Pera, marcará el punto más alto de la espera hecha canción:

En la doliente sombra de mi cuarto al esperar

sus pasos que quizá no volverán

a veces me parece que ellos detienen su andar,

sin atreverse luego a entrar.

En el folclore, se recuerda especialmente “Haceme sufrir”, una chacarera de los Hermanos Simon en la que la espera se mide en la larga duración del resto de una vida:

Quien espera desespera

Me suelen decir,

Yo no pierdo la esperanza

Te acuerdes de mí.

También hay mucha espera en canciones como “La nave del olvido” y “Mil horas”. Pero al momento de vérnosla con “Ella vendrá” de Palo Pandolfo, los ejemplos tangueros son quizá más pertinentes que los que podemos rastrear en otras tradiciones de canción. Pandolfo, que viene del under, la piscodelia y la admiración por bandas oscuras como The Cure, compuso temas con el Tata Cedrón y orientó sus búsquedas hacia lo que él llama “los ancestros”. No diría que se volvió tanguero ni folclorista, sino más bien que el carácter “lírico” de sus canciones tiene lazos con el cancionero tradicional.

“Ella vendrá” proyecta el tema de la expectación amorosa hasta una situación límite. Toda espera se alimenta de irracionalidad, pero aquí la persona ausente adquiere las dimensiones de un santo sanador, un mesías del amor. Es tanto lo que el enamorado espera cambiar o mejorar con la llegada de ella, que la demorada visita se convierte en una suerte de utopía personal. La fe del que aguarda es infinita, como su angustia. Si el mortificado de Alfredo Le Pera desconfiaba de esos signos fantasmales que buscaban confundirlo (“Pero no hay nadie y ella no viene/ es un fantasma que crea mi ilusión”), el expectante de “Ella vendrá” se atrinchera en la fe de un místico. O de un revolucionario:

Ella vendrá

Y las heridas que marca mi cara

Se secarán en su boca de agua.

Ella vendrá

Y al fin el techo dejará de aplastarme

Dejará de verme

Solitario besando mi almohada

Solitario quemando mi cama

Solitario esperándote.

Quienes no cejan en defender la causa del rock argentino más allá de los años 70 suelen resaltar la calidad poética de “Ella vendrá”. Recuerdo haber escuchado por la radio a Tom Lupo leyendo la letra de Palo Pandolfo para ponderarla, con toda justicia. Pero también es verdad que dentro de la movida independiente a la que en los 80 pertenecía Don Cornelio y la Zona – la banda con la que en 1987 Pandolfo grabó su canción fetiche– la simplificación de los parámetros musicales terminó por desnivelar un poco la relación letra-música. He aquí una paradoja, si aceptamos, junto al propio Pandolfo, que el éxito arrollador del que esta canción supo disfrutar no se debió a su letra sino a la melodía creada por Claudio Fernández, el baterista del grupo.

El melisma del estribillo, con la a final estirada a lo largo de un compás y medio (“Ella vendrá… á… á”), pegó enseguida. Tiene gancho, es adhesivo, se presta al uso del coreuta despreocupado: a todos nos gusta corear algo. La breve secuencia que descansa en el acorde de La menor es tan fácil de tocar, que ya en la segunda o tercera clase de guitarra se la puede hacer sin problemas. Pero una vez agotadas nuestras energías en la fiesta con “música de los 80”, recomiendo reparar, una vez más, en una de las mejores letras de un género al que con frecuencia se le imputan carencias literarias.

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