Tras la reedición de El gusanito en persona, la figura de Jorge de la Vega recobra presencialidad con la flamante salida de Más allá del tiempo, de Marikena Monti y Ramón de la Vega, hijo del artista.
El ángel de Jorge de la Vega sigue sobrevolando la cultura argentina. Nunca abandonó los museos que atesoran sus fantásticos cuadros. Los cuerpos amontonados del acrílico “Rompecabezas” o las máscaras monstruosas de la serie “Conflicto anamórfico” remiten a uno de los creadores más inquietos e incontinentes del arte argentino (¿por qué el bastidor?; ¿por qué solo la pintura?; ¿por qué los museos, caramba?). El artista que moduló de la Nueva Figuración al Pop Art supo plantear, acaso mejor que ningún otro, el ideal de la pintura más allá de la pintura.
Pero el gesto disruptivo mayor se produjo cuando en octubre de 1968, en galería Bonino, el de la Vega visual devino artista sonoro sin renunciar, anfibiamente, al lápiz y al pincel. “Quiero con la música comunicarme con la gente que no va a las exposiciones, que no lee libros”, explicó en aquel momento. Finalmente, el disco y los recitales que sobrevinieron le brindaron la posibilidad de acortar distancias, de llevar su sueño de informalidad a su máxima expresión, haciendo del rompecabezas del mundo moderno un juego más humano.
La originalidad y la potencia de la obra del pintor/trovador son algunos de los factores que explican que aquella efervescencia cultural de finales de los años 60 no haya terminado en mera evocación o pieza inofensiva en el museo de la imaginación argentina. Aun así, algunas recientes operaciones de memoria apuntalaron la valoración del creador de “La hora de los magos”. Tras la salida de un par de discos de relectura de aquellas canciones -los de Leo Masliah y Francisco Garamona– en 2018 se reeditó en formato vinilo el histórico LP El gusanito en persona. Este volumen facsimilar del 50 Aniversario reprodujo el arte de tapa original, que incluía dibujos del artista, una serie de fotografías de Oscar Bony y un texto de Manuel Mujica Láinez. Entre otros ditirambos, Manucho definía a de La Vega como un “fascinante fabulista musical, que pinta al cantar y canta al pintar”.
Con la flamante salida de Más allá del tiempo (Otras Formas, 2022), de la notable Marikena Monti y el talentoso Ramón de la Vega (hijo del artista), se completa el revival. Y se completa de un modo sorprendente. Los antecedentes de este verdadero acontecimiento cultural hay que buscarlos en el recital que en septiembre de 2018 Marikena y Ramón brindaron en el Museo Nacional de Bellas Artes, al mismo tiempo que se inauguraba una muestra/homenaje. Allí se pudo escuchar una serie de canciones inéditas que de la Vega pensaba incluir en un segundo LP. Hasta donde Ramón sabe, aquel iba a ser un disco de canciones con acompañamiento electrónico asistido por Fernando von Reichenbach, a la sazón ingeniero de sonido del Instituto Di Tella. El título del disco sería El viejo de la galera.
Entre 2019 y 2020, Marikena y Ramón grabaron Más allá del tiempo en vivo en los estudios Del Parral y ION. Exceptuando las nuevas versiones de cuatro temas de El gusanito en persona (a propósito, la del tema que en 1968 dio fama musical al pintor/trovador es bellísima, vertida en un tempo más lento y un aire medio blusero), el disco contiene 10 inéditos de Jorge, de los cuales cuatro (“Densidad”, “El gran cambio”, “Orientación profesional” e “Inadaptación”) son interpretaciones ¡del propio de la Vega! Estos preciosos audios, en los que el pintor/trovador canta acompañándose con la guitarra, fueron hallados en el archivo de von Reichenbach. Se trata de las maquetas iniciales, como si dijéramos los rasguidos de “Across the universe” con los que Lennon se presentó una tarde de 1968 en los estudios EMI: canción pelada, pero canción al fin. En el caso del argentino, canción de un disco que no fue. Utopía pura.
Ramón y Marikena le han hecho así una trampa al tiempo: lograron en un mismo disco las presencias del padre y del hijo (Jorge murió el 26 de agosto de 1971, apenas unos meses antes del nacimiento de Ramón) y la concreción final de aquel segundo disco soñado a cargo de la cantante fetiche del artista, la “Mariquita Montes” que, al decir de Jorge, tiene “un tigre en la garganta” y “en vez del de Edipo, tiene el complejo de Edith Piaf”. Afortunadamente, el ángel de Jorge no fue sometido a mezclas extemporáneas, como la que debió padecer el ángel del genial Nat King Cole cuando lo pusieron a cantar con su hija después de muerto el músico. En Más allá del tiempo todos rebosan vida -cada uno en su época- y se han vuelto a reunir en el misterioso convivio del disco.
Los arreglos de cuerdas de Alejandro Terán en “Inadaptación” y “El gusanito en persona” y las colaboraciones puntuales de los invitados Sebastián Schachtel, Gringui Herrera, Daniel Melingo, Javier Calamaro, Franco Luciani y Eduardo Bazán enriquecen temas de una engañosa sencillez. En cuanto a Marikena, su voz y su estilo interpretativo están ilesos (otra trampa al tiempo, evidentemente). Desde la guitarra, Ramón le facilita las cosas conduciendo un cuarteto de impecable formación beat consustanciado con el repertorio y con la estética de lo que alguna vez se llamó Nueva Canción Argentina.
Las acentuaciones de funk, la sonoridad pop y los fraseos jazzeros de guitarra construyen una atmósfera general de music hall porteño, ligero y sutil, que brinda marco a letras burlonas pero nunca soberbias. La crítica al establishment –algo que la Nueva Canción compartía con el rock argentino de los primeros tiempos– adquiere en el repertorio de Jorge de la Vega un tono surrealista, un poco absurdo (en ese sentido, “Diamantes en almíbar” es el punto más alto) y nada autocomplaciente. En “Inadaptación”, escribió: “Esta canción es para usted,/ que vive más tranquilo/ si toma té de tilo.” Y remató: “Nos adaptamos a estar contentos,/aunque la mufa vaya por dentro,/ Nos adaptamos a hacer aspavientos/ de tener mucho, aunque sea cuento.” En ese “Usted” estamos todos, un poco. Algunos más que otros, seguramente. Por lo demás, resulta imposible no pensar en qué canciones habría escrito de la Vega en la Era del celular, las redes sociales y las fake news.
Una paradoja cultural: aquello que potenció la trascendencia de Jorge de La Vega más allá de sus cuadros pertenece a un género efímero que nunca llegó a despegar del todo, trágicamente encerrado entre la dictadura de Onganía y la muerte de Perón. Es cierto que algunos de los principales exponentes de la Nueva Canción Argentina pudieron desplegar trayectorias importantes: Nacha Guevara, Marikena Monti y Dina Rot, en primera línea. Otros, como el pionero Carlos Waxemberg, quedaron algo olvidados. En 1972 el llamado Canto Popular Urbano se postuló como la continuación en clave política –o de politización cultural– de la Nueva Canción Argentina. Fueron los días en los que Piero invitaba a corear “Para el pueblo lo que es del pueblo”, Daniel Viglietti alentaba a desalambrar y Pedro y Pablo enfervorizaban a su público con “La marcha de la bronca”. Pero eso ya no era la Nueva Canción. No exactamente. La excentricidad no parecía llevarse muy bien con las canciones testimoniales, si bien en materia de música popular las fronteras siempre han sido porosas. En 1969, Enrique Raab calificó a De la Vega de “figura y contrafigura de la canción de protesta”.
La Nueva Canción Argentina también fue excéntrica en el sentido de alejarse de los puntos gravitacionales de la canción argentina tradicional, al mismo tiempo que se diferenciaba de las modernidades juveniles en boga, por más que temas como “El gran cambio” o “Diamantes en almíbar” tuvieran puntos de contacto con temas de Los Gatos o Almendra, por no hablar de Los Beatles. Pero en todo caso, esas y otras “nuevas canciones” eran tan pop como podía serlo “Twist del Mono Liso” de María Elena Walsh, sin duda la gran precursora de la Nueva Canción. En definitiva, no eran expresiones de “música joven” sino más bien la joven música de mujeres y hombres de la generación anterior. Nadie nacido antes de 1940 tenía derecho a considerarse rockero.
Casi todos ellos tenían una relación estrecha con el Instituto Di Tella –especialmente con el área teatral dirigida por Roberto Villanueva– y esa forma de teatralidad idiosincrásica de los 60 y 70 llamada café concert. Se diferenciaban del folclore y el tango -a este último lo satirizaban– y sintonizaban con el arte de los nuevos trovadores que, en el marco de un movimiento cultural de sesgo contestatario, venía operándose en diversos escenarios del mundo. Más apoyada en las letras que en las músicas (se creía que la canción debía “decir cosas” y, en lo posible, tener vuelo literario), aquellas canciones enunciaban una crítica mordaz al pensamiento reaccionario y al autoritarismo de un régimen pacato en materia de moral pública.
A esa galería de voces excéntricas e irreverentes vino a sumarse Jorge de La Vega con El gusanito en persona. La música lo había acompañado desde los días de la infancia. Su tío bisabuelo Ricardo de La Vega había escrito letras de zarzuelas. Su padre, José de la Vega, era el autor, junto a Agustín Bardi, de “Madre hay una sola”, del repertorio de Gardel. Jorge tocaba la guitarra con cierta soltura, era un oyente omnívoro e incluso en sus años de estudiante de arquitectura había escrito algunas canciones que guardaba en secreto.
Por otra parte, es posible que el viaje que emprendió a Estados Unidos en 1965, como profesor invitado por la Cornell University en Ithaca, lo haya hecho reflexionar sobre los alcances de la cultura pop; de hecho, a su regreso se acercó al mundo de la historieta, colaboró como asesor gráfico de la revista Pinap y emprendió su serie de cuadros más conocidos –rostros y cuerpos deformes, en convivencia apiñada-, algunos de impronta psicodélica e incluso conectados con títulos de canciones de diversos géneros (“Nunca tuvo novio” de 1966 y “Retrato de Eleanor Rigby”, de 1968), o, como en el caso de “Rompecabezas”, inspiradores de un proceso de integración de pintura, música y poesía.
Las canciones podían ser sarcásticas, pero al mismo tiempo eran tiernas y piadosas con los personajes ultramodernos que retrataban. Un cierto idealismo hippie las englobaba. En “Proximidad” encontramos una suerte de himno al amor con una torsión irónica, y quizá cierta deuda con Jacques Brel y la chanson. Por su parte, “La gata Teresa”, con su humor paradójico (una gata que come de todo… menos lauchas) deriva directamente del cancionero infantil de la Walsh. En “Rotativa” hay una reflexión crítica sobre los medios, con un collage de situaciones y personajes que recuerda un poco “Cambalache” de Discépolo (Federico Peralta Ramos comparó a De la Vega con Discepolín), si bien, hacia el final de la canción el periódico aludido revela su condición utópica. “Diamantes en almíbar” es una crítica a la burguesía consumista compuesta a manera de jingle publicitario. A través de la segunda persona describe a dos viajeros absurdamente mundanos que recorren el mundo a piacere: “Yo engrasaba mis aviones/ con caviares de ultramar/ tú planeabas otro viaje/ de París a Pakistán…”En “La hora de los magos” están los años 60 en Argentina y el mundo. Pero están en reverso utópico. Aquello que debería ser y no es: “No hay más disturbios raciales/ baja el dólar, sube el peso/, /si alguno quiere morirse/ debe esperar a ser viejo. Se acabó la guerra fría/ y empezó la de los besos/ y la luna de repente,/ se hizo de miel en el cielo…” Para la grabación, Camaleón Rodríguez contrató un coro de 14 voces mixtas para sólo 8 segundos de música. Era la lección ejemplar de Los Beatles: el exceso como forma de la belleza.
Escrito para la hija de un amigo una década antes, “El gusanito” ya circulaba por los ámbitos universitarios antes de llegar al disco. Como en un cuadro de Escher, la imagen referencial del gusanito, enunciado siempre con diminutivos, fue lo más cercano a su pintura que De la Vega compuso. (No casualmente, Jorge Romero Brest y Manuel Mujica Láinez afirmaron que la canción debía ser declarada himno de las bellas artes en la Argentina). Como una parodia a los acertijos y trabalenguas infantiles, “El gusanito” era al mismo tiempo un manifiesto estético y una interrogación ontológica. ¿Acaso no sería el mundo entero un dibujito al revés?
En el otoño de 2022, la pregunta por aquel “enigma dibujado que ha empezado a tironear” regresa en la voz de Marikena Monti y la banda que dirige Ramón de la Vega. ¿Es el mundo entero un dibujito al revés? No lo sabemos. La única certeza con la que contamos nos dice que debemos seguir aprendiendo de ese acto absolutamente liberador con el que el autor de aquella pregunta un día salió de su atelier para verse cara a cara con la gente.