Elis Regina. Una biografía musical (de Arthur de Faria) examina los pormenores de la vida de la genial intérprete de “Tatuagem” y lo hace no con libido sensacionalista sino con el afán de entender mejor todo lo que encierra su figura.
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Por Sergio Pujol
Hoy su memoria ocupa el trono de las voces femeninas de Brasil. Lo hace de un modo tan incuestionable que resulta cuanto menos paradójico el hecho de que sus primeros pasos hayan sido algo difíciles en términos de recepción nacional. Tras su muerte joven en 1982 (a los 36 años, por un confuso episodio de alcohol y droga), fue canonizada por la crítica y el gusto popular, si bien la consagración le había llegado mucho antes, cuando la negación de su enorme talento vocal e interpretativo ya resultaba inadmisible, o estrafalaria.
El erudito y al mismo tiempo sutil libro con el que el músico, productor y escritor de Porto Alegre Arthur de Faria rindió tributo a Elis Regina no sólo es de lectura imperiosa para quienes nos interesamos en la historia de la música popular de Brasil (MPB: poderosa categoría): es un trabajo significativo en más de un sentido. Por un lado, cuenta la épica individual de una joven que descubre su voz a muchos kilómetros de donde se tomaban las grandes decisiones artísticas y comerciales de la vida cultural brasileña. Aquella muchacha vestida fuera de moda, mal peinada (para el canon chic de los años 60), aferrada al vibrato cuando todos querían cantar relajadamente como Joao Gilberto y poco cuidadosa en la elección de su repertorio terminó imponiéndose en San Pablo y Río de Janeiro de un modo tan arrasador que todo lo demás – desde esas bizantinas disputas dirimidas entre el nacionalismo brasileño y su contracara cosmopolita hasta los altibajos anímicos de nuestra heroína – quedó enterrado en ese subsuelo que Elis Regina. Una biografía musical (Híbrida Editora, Buenos Aires, 2022) examina no con libido sensacionalista sino con el afán de entender mejor todo lo que encierra la figura de la genial intérprete de “Tatuagem”.
Como señala Violeta Weinschelbaum en el prólogo, quién lea este libro tendrá varias puertas abiertas hacia el mundo de Elis. Al mismo tiempo que recorre uno por uno los capítulos de la vida enfática de Elis, de Faria también nos informa de cómo fueron las relaciones de fuerza entre géneros y estilos (del encono ante la música pop de la época de la Jovem Guardia al nunca tardío descubrimiento del soul y el pop anglosajones); de cómo lidió cada referente de la MPB con su propio divismo (los relatos de los vínculos de Elis con Tom Jobim y con Hermeto Pascoal nos desasnan ejemplarmente) y de cómo un fenómeno cultural que, desde afuera, solemos ver como una unidad orgullosamente inquebrantable, resulta ser el producto tardío de rencillas regionalistas y hechos fortuitos.

En este sentido, de Faria es un investigador ecuánime y jamás complaciente. La elegancia reservada de su escritura (en largos tramos del libro deja que hablen los testigos y algunos de los co-protagonistas de la historia) no es impedimento para que el autor deconstruya ciertos mitos y se permita poner en duda algunas versiones poco fiables. Asimismo, los lugares que Armando Pittigliani, Ronaldo Bóscoli, Nelson Motta o el talentoso César Camargo Mariano ocuparon en la vida de Elis están perfectamente delimitados, toda vez que los clivajes sentimentales de la intérprete nunca estuvieron del todo desvinculados de sus decisiones artísticas.
Animal escénico y creadora celosa de discos inolvidables (pensemos en Ela, Elis, Falso Brilhante, Elis en Montreux o Saudade do Brasil), la figura de Elis va curando heridas que, a manera de pequeños cismas, habían fragmentado el campo de la MPB. Primero aburrida de la bossa nova, terminó grabando con Jobim uno de los mejores discos brasileños de todos los tiempos (si bien hecho en Los Ángeles, donde residía el compositor por entonces). Ensordecida por el iê-iê-iê, finalmente defendió a Roberto Carlos y empatizó con aquello despreciado tanto por la bossa como por el tropicalismo. De cantante de influencia jazzísticas acompañada por trío de piano, contrabajo y batería (el sino Zimbo Trío, nada menos), mudó a formato eléctrico sin perder estilo. De exponente de un tipo de canción envejecida -al menos eso decía la prensa snob cuando ella empezó- pasó al modernismo de “Golden Slummers” de Los Beatles, dibujando así un arco temático tan extenso como bien temperado. De sospechada de ser la nueva Carmen Miranda por haber cantando para el “régimen” instalado en 1964, saltó a cantante políticamente comprometida. A nada se aferró salvo al imperativo de cantar cada vez mejor. Lo notable de su vivaz derrotero es que ninguno de estos saltos o cambios fue secuela de una especulación mercantilista. Incluso su izquierdismo del final parece más auténtico que el de otros que lo profesaron más sistemáticamente.
En cierto modo, la Elis reconstruida por de Faria – la edición original del texto se publicó en Brasil en 2015 – nunca dejará de ser la niña de ciclo Clube do Gurú que aprende vorazmente, acaso soñando con conquistar el mundo desde su voz. Una pajuerana que terminará sorprendiendo por sus convicciones. La cantante impulsiva y algo despistada que no sólo aprenderá a elegir su repertorio: enseñará cómo hacerlo. Declarará Milton Nascimento: “Es la persona para quien compuse casi todas mis canciones, y siempre que componía pensaba en su voz cantando. Eso es algo que llevo conmigo hasta hoy, y sigue así. Además, es una gran artista. Fue y será amiga y comadre.” Algo similar podrían haber dicho – seguramente lo dijeron – Renato Teixeira, Blanc/Bosco y Fátima Guedes, entre muchos otros nombres autorales del Brasil post-60 que Elis honró con su voz. Desde luego, ella también estrenará “Aguas de marzo” y, por más que la aburre horrores, cantará “Garota de Ipanema” en versión libre junto a Hermeto Pascoal en una noche alucinógena de Montreux. Como Mercedes Sosa en la Argentina, Elis Regina será la voz del Brasil de todos los tiempos.
Temperamental y ciclotímica, nunca del todo alejada de su pasado en Porto Alegre, Elis renace, triunfa y vuelve a morir en las páginas esta “biografía musical” cuya lectura, además de transportarnos a la temporalidad de una cantante excepcional, nos tienta a volver escucharla. Una y otra vez. A la Elis de los primeros discos y a la del final. Idéntica y diferente, en cierto modo. El recuerdo atesorado por Pittigliani de la actuación de Elis en el espectáculo Primeira denti-samba del 23 de noviembre de 1964 resume perfectamente el efecto que ella producía, por aquel entonces y hasta el final de su vida, sobre un público siempre cautivo: “Entonces, como por arte de magia, un silencio de mil siglos descendió sobre tres mil personas. En el escenario, con aires de colegiala en una mesa de examen, estaba la jovencita, graciosa y tímida, oprimida por aquel silencio de todas las miradas. El segundo siguiente fue completamente imprevisible. Sería difícil describirlo. Los que estuvieron allí recordarán para toda la vida aquellos cuarenta y cinco minutos. Al final, con el público parado, ovacionando calurosamente, lágrimas brotando de varios ojos, todo culmina con la invasión del escenario, después de varios regresos de la cantante a escena.”
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Sergio Pujol
Es historiador y escritor. Es autor de varios libros, entre ellos El año de Artaud. Rock y política en 1973 (Planeta, Buenos Aires, 2019).