Con su finísima estampa de blanco y en su habitual estado de swing bahiano, Caetano está en buena forma. Vive sus 80 años sin disimularlos, haciéndose amigo del tiempo, mirando hacia atrás sin ira y sin nostalgia.
En la entrevista que Violeta Weinschelbaum le hizo a Rita Lee para el libro Otros Carnavales, la reina del rock brasileño recordaba lo difícil que le resultó, en los inicios de su carrera, relacionarse con la “brasilidad” de Río o de Bahía. “En Sampa siento una cosa más europea”, confesaba Rita respecto a su ciudad de origen. Simétricamente, en su célebre canción “Sampa”, Caetano Veloso rinde tributo al centro industrial y moderno de Brasil, pero reconociendo una extrañeza primera frente a “la dura poesia concreta de tuas esquinas…”, ya que “ainda não havia para mim Rita Lee.” Por supuesto, luego hubo Rita en Caetano, tal como bellamente nos lo recordó en el concierto que brindó en el Arena Movistar el viernes pasado.
En la que sin duda fue su mejor presentación argentina en muchos años, Caetano vino a cantar temas de Meu Coco, su disco de 2021, compuesto y grabado bajo las condiciones de la pandemia. Tras diez años sin canciones nuevas -el último álbum era Abraçaço -, el material estrenado confirmó la vitalidad compositiva del gran antropófago musical y poético, un creador capaz de conjugar aires de música sertajena con base rítmica de samba, y un fraseo del Medio Oriente con un estribillo pop. Algo de eso hubo en el Arena, pero, para deleite de sus seguidores, Caetano optó por entrecruzar canciones nuevas con otras estaciones de su vida autoral e interpretativa.
Con su finísima estampa de blanco, economizando sus movimientos con sabiduría corporal y en su habitual estado de swing bahiano, Caetano está en buena forma. Vive sus 80 años sin disimularlos, haciéndose amigo del tiempo, mirando hacia atrás sin ira y sin nostalgia. Administra con sagacidad minimalista sus recursos. Sabe cómo seguir cantando sin esfuerzos delatores. La juventud de los músicos que lo acompañan – “acompañar” quizá sea, en este caso, un verbo mezquino – lo revitalizan, por supuesto, pero él logra generar un efecto de homogeneidad etaria muy particular. Ellos podrían ser sus hijos, pero por momento parecen sus hermanos.
 
El tono autobiográfico del show no derivó en un clima melancólico, sino fue un bello ejercicio de actualización.
El guitarrista Lucas Nunes – a cargo de la inteligente dirección musical-, el tecladista (sintetizadores) Rodrigo Tavares, el bajista Alberto Continentino y los percusionistas Kainã de Jêje y Thiaguinho da Serrinha conformaron una trama instrumental compacta y perfectamente articulada con esa suerte de show aparte que siempre plantea la voz de Caetano y su propia guitarra. Una cualidad inquebrantable de la música de Caetano a lo largo de su carrera siempre ha sido la claridad con la que plantea un determinado sonido grupal, una idea vocal/instrumental irrepetible, un poco a manera de diario personal de sus búsquedas artísticas. En el concierto del viernes eso estuvo presente tanto en los juegos combinados de lo acústico con lo electrónico como en la síntesis entre la armonía de la bossa (Joao siempre está implícito en los shows de Caetano, más allá de la referencia explícita de “Avarandado”) y una pulsación rockera, pero esta vez con un sentido de balance, de retrospectiva actualizada en la que las recientes “Meu Coco”, “ Sem Samba Nao Da” y “Noites de cristal” convivieron sin conflicto con “Baby” (homenaje a Gal Costa), “O Leãonzinho”, “Odara” o “A luz de tieta”.
De su veta hispanoamericana, mencionó con emoción a Mercedes Sosa y cantó con fragilidad “Volver a los 17” de Violeta Parra (su explicación de por qué no le prestó atención en sus años tropicalistas fue una clase magistral de historia política en dos minutos) y, ya hacia el cierre, interpretó a pura voz “Tonada de luna llena” de Simón Díaz. Un cubo diseñado por Hélio Eichbauer – notable escenógrafo y amigo de Caetano, fallecido en 2018- brindó marco visual a un recital pleno, emotivo y musicalmente creativo, en el que nada fue dejado librado al azar, por más que el azar como pariente de la libertad haya signado buena parte del cancionero de Caetano y de otros músicos de su generación. En cierto modo, ese cubo abierto, acaso hijo del op art, simbolizó el espíritu del show: lados diferentes de una misma vida.
Es interesante la relación que Caetano entabla con su oceánico repertorio. “A menudo siento que he hecho demasiadas canciones”, declaró al editar Meu Coco. “¿Falta de rigor?, ¿descuido crítico? Debe serlo. Pero ocurre que desde pequeño me encantan las canciones populares, también por su fácil proliferación. A los que les gustan las canciones les gusta la cantidad.” Por supuesto, quienes vamos a ver y a escuchar a Caetano celebramos que haya compuesto muchas canciones: la proliferación es su sino. Esta vuelta, el tono autobiográfico que le imprimió al recital – contó, en su amabilísimo español, algunas de las circunstancias que dieron origen a los temas – no derivó, como hubiera podido pensarse, en un clima melancólico, sino más bien en un bello ejercicio de actualización sonora y de recontextualización.
A cincuenta años de la salida de Transa (de allí seleccionó la soulera “You don´t know me”), las canciones de Caetano son capsulas de tiempo que al abrirlas se vuelven contemporáneas al instante. Cuando canta “Trilhos urbanos”, de 1979, o “Lua de São Jorge”, de 1985, no viajamos en el tiempo, sino es el pasado que viaja hasta nosotros. A veces ese pasado recobra su forma más desafiante -como en “Pulsar”, sobre poema de Augusto de Campos- o simplemente nos hace bailar, como en “Reconvexo”. Es la magia de artista moderno, acaso la lección nunca anacrónica de “la dura poesia concreta de tuas esquina” definitivamente asimilada a la “brasilidad” de los mejores sambas de Bahía y Río.
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Sergio Pujol
Es historiador y escritor. Su libro más reciente es Gato Barbieri. Un sonido para el Tercer Mundo (Planeta, 2022).
Ver el artículo en: https://laagenda.buenosaires.gob.ar/?contenido=37396-un-creador-proliferante
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